El juez reprendía con acrimonia a un individuo: "¿Por qué no intervino, dígame, cuando vio que aquel sujeto que estaba golpeando a la señora suegra de usted?". "Su señoría -replica el majadero-, me pareció infame que dos hombres golpearan al mismo tiempo a una mujer"... Murió el gato de Pepito. Su mamá lo consolaba: "No llores, hijito. El Michi ya está en el Cielo, con Diosito". Pregunta entre sus lágrimas el niño: "¿Y qué ingaos va a hacer Diosito con un gato muerto?"... Recibí una hermosa carta que tiene letra y música. La letra es de Carlos Prieto, uno de los más grandes artistas mexicanos; la música es de su inseparable pareja, Chelo Prieto, un violonchelo en cuyas cuerdas y madera va toda la armonía del mundo. Imposible poner aquí esa música, pero es posible transcribir su letra: "Muy estimado Armando: Te envío estas líneas para expresarte nuestra más afectuosa felicitación por tu libro ‘De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos’. Tanto mi esposa como yo hemos disfrutado mucho su lectura y admirado tu estilo -magnífico como siempre-, pero sobre todo los sentimientos que expresas en cada página acerca de los nietos y nietas, y que nosotros, como colegas abuelitos, compartimos contigo. Un abrazo, por supuesto, a tu esposa, hijos y nietos. Carlos". Por ser estas letras de quien son, y por ser este son de quien es, agradezco a Carlos su misiva, bella como todas las cosas que salen de su bondad y su arte. Carlos Prieto, a más de ser un maestro de la música, es también un maestro de la palabra, y el hecho de que aprecie las que yo escribí me deja emocionado y agradecido. Con su permiso y el de ustedes, queridos cuatro lectores míos, hago propicia la ocasión -así se dice en los comunicados oficiales- para informarles que el próximo domingo 24, a las 4 de la tarde, en la Sala "Bernardo Quintana" del Palacio de Minería, presentaré el libro al que tan generosamente se refirió el maestro Prieto, y que está ya en los primeros lugares de venta gracias a mi amadísima casa editorial, Diana, del Grupo Planeta, y gracias a mis queridos amigos de Sanborns, Gandhi, y todos aquellos que han hecho llegar el libro a tantas buenas manos. En la presentación hablaré de mis cuatro abuelos, tan distintos en el origen, fortuna, ideas, dichos y costumbres, y tan iguales en el amor del corazón. Narraré anécdotas y cuentos nunca antes dichos en público de la gente; hablaré de los diversos modos que hay de ser abuelo y de expresar el cariño que sentimos por los hijos de nuestros hijos. En fin, haré un striptease de alma y diré intimidades de mi vida, tan plenamente vivida, tan intensamente gozada, tan a veces dolida, tan siempre enamorada. Ahí compartiremos la risa -quizás un poquitito de tristeza- y la añoranza, y ahí nos daremos también el abrazo de los amigos que se encuentran. A mis cuatro lectores los espero. Te espero, sobre todo, a ti... El explorador blanco se vio rodeado de salvajes que le apuntaban con sus arcos y sus flechas y esgrimían, amenazantes, sus lanzas frente a él. "¡Dios santo! -exclamó el explorador-. ¡Ya me jodí!". De pronto escuchó una majestuosa voz venida de lo alto. "No, hijo mío -le dijo aquella voz-. No te has jodido. Toma tu cuchillo de monte y ve hacia el hombre que tiene la cara pintada de rojo. Es el jefe de los nativos. Cuando acabes con él los demás huirán espantados, y así te salvarás". El explorador tomó su cuchillo y se lanzó contra el jefe de los aborígenes. Pero el hombre levantó su escudo, hecho con dura piel de búfalo, y la hoja del cuchillo se partió en dos. Se escuchó otra vez la majestuosa voz venida de lo alto: "¡Carajo, hijo mío! ¡Se me hace que ahora sí ya te jodiste!"... FIN.