Don Frustracio y doña Frigidia estaban haciendo el amor. De pronto le pregunta él: “¿Te lastimé?”. “No -responde ella-. ¿Por qué me lo preguntas?”. Explica don Frustracio: “Como te moviste...”... Le cuenta un casado a su amigo: “Jamás he engañado a la mujer amada”. “Yo sí -confiesa el otro-. Pero únicamente con mi esposa”... “Doctor: tengo doble personalidad”. “Acuéstese en el diván. Acuéstese en el diván”... Comentaba cierta señora: “Yo creo que a mi marido le gusta ir a pescar porque es la única oportunidad que tiene de oír la frase: ‘¡Caray, qué grande está!’”. (No le entendí)... Las disculpas ¿se dan o se ofrecen? Yo hago las dos cosas: ofrezco y doy disculpas a mis amadas lectoras y lectores queridísimos que no pudieron entrar ya a la sala del Palacio de Minería donde el domingo último presenté mi libro “De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos”. Como dijo la información de Notimex: “... Muchas personas tuvieron que escuchar desde la puerta de acceso a quien es considerado el articulista más leído de México, el humorista y humanista Catón...”. Y es que el recinto se llenó a su máxima capacidad, y más de un centenar de asistentes no pudieron ya encontrar lugar. Hubo gente de pie, y sentada en el suelo. El público me recibió con un aplauso interminable, y al final, puesto de pie, me despidió con otra ovación y con ¡bravos! que a cualquiera le forman un nudo en la garganta. Luego se cumplió el rito, tan grato para mí, de firmar los libros. Aquí doy las gracias al amable señor que me puso en la mano su finísima pluma para que le firmara su ejemplar, y luego me pidió que la guardara como un regalo suyo. Me dijo: “A cambio de todo lo que usted nos regala cada día”. Gracias a las lectoras y lectores que me dejaron cartas llenas de bondad; especialmente a la gentil señora que me contó que había hecho viaje especial desde Pachuca, en autobús, para estar en la presentación. Gracias al lector que me presentó la colección completa de todos los artículos que escribí durante el 2007, a fin de que se los firmara con mi puño y letra. Gracias a los que, con sus pequeños hijos o nietos, quisieron retratarse conmigo. Gracias a José Luis Ramírez, gran señor de los libros, quien me llevó su abrazo. Gracias a mis queridos amigos de Planeta y Diana: a Aldo Falabella; a Sandra Montoya -mi lindo ángel de la guarda-; a Daniel; a Gabriel; a Sergio y los demás, que con su sabiduría han hecho de mí un autor de éxito. Y gracias también por un precioso regalo adicional: al caminar por la Avenida Juárez para ir al Palacio de Minería he aquí que veo en el escaparate de la benemérita Librería Porrúa un pendón que ofrece el 15 por ciento de descuento en los 10 libros más vendidos. Entre ellos está “De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos”. Y, para mayor gloria, está entre dos clásicos imponderables: “Cien años de soledad” y “La familia Burrón”. ¡Díganme ustedes si no me voy a sentir como en el paraíso con esos lectores, con esos editores y con esos insignes libreros, los señores Porrúa, cuyo solo nombre es una institución! ¿Qué sigue ahora? Sigue León, Guanajuato. Próximamente estaré con mis cuatro lectores leoneses, Deo volente, y luego iré a Oaxaca para llevar allá ese libro que no escribí yo: que soy yo... A las 7 de la mañana la señora le dice a su marido: “¿Te parece si bajamos a desayunar?”. Responde él: “No tengo hambre. Ha de ser por el Viagra que estoy tomando”. A las 12 del medio día la señora le dice: “¿Ya quieres comer algo?”. Contesta el tipo: “No tengo hambre. Ha de ser por el Viagra”. A las 9 de la noche la señora le pregunta al hombre: “¿Sirvo la cena?”. “No tengo hambre -repite el individuo-. Ha de ser por el Viagra”. “Mira -le dice entonces la señora-. Yo sí tengo hambre. Ya quítateme de encima”... FIN.