Doña Tebaida Tridua, presidenta de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, sufrió un ataque de prurigo cuando leyó el cuento que hoy abre esta columnejilla. El prurigo es una afección cutánea que causa pápulas y costras negras. Doña Tebaida parece ahora tía segunda de un maorí. Quienes no quieran tener dicha semejanza deben abstenerse de leer ese relato... Una chica de las llamadas "del talón" llegó con un contador público y le pidió que le llevara su contabilidad. "¿A qué se dedica usted?" -preguntó el profesionista. "Soy prostituta" -respondió llanamente la muchacha. El contador vaciló. Le dice: "Me temo que no puedo poner eso en su declaración". Sugiere ella: "Ponga ‘sexoservidora’". "Tampoco eso suena muy bien" -duda el CP. Pregunta la mundana: "¿Por qué entonces no me registra como importadora de aves?". "Eso me parece muy bien -acepta el contador-. Pero ¿cómo podré justificar que es usted importadora de aves?". "Bueno -razona la muchacha-. El año pasado recibí más de mil pájaros"... Las grandes compañías tabacaleras han sido objeto de justificado acoso en las naciones industrializadas. Ahí se conocen bien los graves daños que provoca el cigarrillo, y se sabe que el tabaquismo es una de las mayores causas de muerte entre la población. Por eso aquellas empresas criminales -el adjetivo no es exagerado-, que incluso afrontan demandas millonarias por los efectos de su nociva actividad, ponen ahora los ojos en los países subdesarrollados, cuyo bajo nivel de información, confían las empresas extranjeras, hace de ellos un mercado propicio para expender el letal producto que en otras partes no pueden ya vender. Resulta por eso inverosímil -a menos que exista alguna explicación de peso (s)- que haya funcionarios y pseudorepresentantes populares que en México defiendan a esos vendedores de enfermedades y de muerte. Llegará ineluctablemente el día en que el hábito de fumar sea visto tal como nosotros vemos ahora la costumbre de aspirar rapé, o el uso antiguo de batirse en duelo: algo ridículo y patético. Mientras tanto, sin embargo, la publicidad que hacen esas empresas en los países pobres sigue induciendo a muchos, especialmente mujeres y jóvenes, al consumo de cigarrillos. Todo aquello que tienda a poner límites a la propaganda, venta y consumo de tabaco en sitios públicos constituye una acción para proteger la vida. Reflexionen los defensores de las compañías tabacaleras en el grave mal que causan: también ellos serán responsables de las muertes provocadas por el nocivo hábito de fumar. Esa deplorable costumbre no es muestra ya de distinción, como en las películas de los años cuarentas, ni conserva tampoco hálito alguno de romanticismo: es más bien seña de subdesarrollo, y además cuesta, infesta, molesta y, sobre todo, apesta. Lo anteriormente dicho no es prédica de áspero magíster, ni ríspida admonición de moralista o de fanático de la salud. Debo decir que a mí no me molesta la compañía de quienes fuman, y soy muy respetuoso de su decisión. Me apena, sí, ver a personas a quienes quiero exponerse a un riesgo innecesario. He visto morir a tres amigos queridísimos por cáncer de la garganta y del pulmón, y eso se debió al cigarrillo. Pero como bien dice la frase consagrada: cada quien su vida. O como bien diría otra frase, ésta sin consagrar: cada quien su muerte... Aligeremos esos sombríos pensamientos con el relato de otro chascarrillo... Lord Feebledick llegó de la cacería de la zorra y sorprendió a su mujer, lady Loosebloomers, en trance de coición con Wellh Ung, el encargado de la cría de faisanes. "¡Bergante perillán! -prorrumpió lord Feebledick dirigiéndose al muchacho-. ¿Para esto te pago?". "No, milord -respondió cortésmente el mocetón-. Esto lo hago gratis"... FIN.