“A mi esposa le gusta el sexo oral” -comentó Babalucas. “¡Fantástico! -lo felicita un amigo-. Eres un hombre afortunado”. “¿Por qué afortunado? -replica con enojo el tonto roque-. No es nada agradable que la mujer esté hable y hable mientras le haces el amor”... A estas alturas -o bajuras- el presidente Calderón ha de estarse preguntando si acertó o incurrió en yerro cuando designó a Juan Camilo Mouriño secretario de Gobernación. No es cualquier secretario el que despacha en Bucareli. Es una especie de supersecretario a quien le corresponde en buena parte el manejo de los asuntos políticos de la Nación. Ha de estar, entonces, por encima de toda sospecha. Y el joven Mouriño ha generado muchas suspicacias; primero en lo relativo a su nacionalidad, y luego en lo que atañe a un presunto tráfico de influencias en Pemex. El Gobierno, sea cual fuere ese gobierno, está obligado en un sistema democrático a responder los cuestionamientos de la Oposición, sea cual fuere esa oposición. Aunque los acusadores de Mouriño sean muy acusables, el funcionario debe responder con claridad a sus cuestionamientos, y fundar su defensa en documentos válidos e irrecusables. Guardar silencio so pretexto de “no rebajarse a contestar acusaciones mezquinas” equivale a legitimar esos señalamientos. Por lo pronto los enemigos de Calderón han encontrado en Mouriño una muy provechosa veta para sus ataques. Toca al presidente considerar despacio este problema, verificar los hechos y ponderar qué es lo que conviene al interés de la República, más importante que los pruritos del poder, las cuestiones partidistas y -sobre todo- los vínculos particulares... (Voy a apuntar eso de “los pruritos del poder”, porque no sé qué cosa sea, y necesito consultarlo en algún Diccionario de Pruritos)... Facilisa, mujer casada, tenía un amante, y lo recibía en su casa. El hombre temía que el esposo de su amiga los sorprendiera en trance de fornicio, pero ella lo tranquilizaba: “Mi marido no sabe nada” -le decía. Una tarde estaban en la fruición erótica cuando llegó el esposo. “¿Qué están haciendo?” -les preguntó furioso. “¿Lo ves? -le dice Facilisa a su galán-. ¡No sabe nada!”... Don Poseidón fue a la ciudad a que le hicieran un examen médico. El doctor le pidió: “Abra la boca”. Le revisa la cavidad bucal y dice luego: “Padece usted de estreñimiento ¿verdad?”. “Sí, doctor -contesta don Poseidón-. Ahora míreme por el orificio posterior y dígame si ando bien de la dentadura”... En el bar una muchacha de la vida alegre le pidió a Cinicio, sujeto descarado, que le invitara una copa. “No soy Rockefeller -declaró Cinicio-, pero está bien: te la invito”. Luego ella manifestó que sentía deseos de bailar. “No soy Fred Astaire -reconoció Cinicio-, pero está bien: bailemos”. Luego ella sugirió que fueran a un motel. “No soy Casanova -respondió Cinicio-, pero está bien: vamos”. Terminada la ocasión le dice ella: “¿Y el dinero?”. Contesta Cinicio: “No soy gigoló, pero está bien: venga el dinero”... Una señora enferma de gustos pasados -es decir embarazada- veía desde la acera el paso del desfile. Se oían los claros clarines y el rataplán de los tambores; sonaba marcial música de bandas; pasaban los militares con sus vistosos uniformes y sus banderas, lábaros, pendones, enseñas, oriflamas, pabellones, estandartes, gallardetes, guiones, flámulas, grímpolas y gonfalones. Un caballero que vio los evidentes signos de embarazo de la mujer le dijo amablemente: “Es una pena, señora, que su bebé no pueda ver el desfile”. “Sí -responde ella-. Pero no me puse nada de ropa abajo, para que por lo menos pueda escuchar la música”... FIN.