Simpliciano, inexperto muchacho sin ciencia de la vida, se enamoró de Pirulina, mujer con más historia que la Universal de César Cantú. Tanto se prendó el cándido mozo de la liviana fémina que le propuso matrimonio. ¡Qué barbaridad! Aquello era como llevar al altar a Kristen, la hoy famosa mesalina que causó la renuncia del tontiloco Gobernador de Nueva York. (¡Caón, si esos criterios se pusieran en práctica aquí en México, tendría que renunciar media Administración, y por lo menos una tercera parte de la Curia!). Los amigos de Simpliciano, preocupados por el futuro del ingenuo joven (no es lo mismo caer en los brazos de una mujer que caer en sus manos), lo llamaron, y uno de ellos le dijo sin preámbulos: "¿Cómo es posible que te vayas a casar con Pirulina? ¿No sabes que se ha acostado con todo México?". Simpliciano quedó muy pensativo. Pero luego, esperanzado, preguntó: "¿La ciudad, el estado o el país?"... En la fiesta un majadero individuo alardeaba de su potencia viril. Tan potente era en cuestión de sexo, declaró, que le había hecho a su mujer ocho hijos. La señora, apenada, oía las baladronadas de su esposo. Cuando llegó la hora de irse le grita él desde el otro lado de la sala: "¿Nos vamos, madre de ocho?". Responde ella también en alta voz: "¡A la hora que digas, padre de seis!"... Hay un señor a quien respeto, admiro y quiero. En eso coincido con el resto de los mexicanos, que durante muchos años lo han querido, admirado y respetado. Hablo de don Pedro Ferriz Santa Cruz, gran caballero de la orden de la bondad y la sabiduría. Extraordinaria figura de la radio y de la televisión, don Pedro hizo escuela por su saber, su elegancia en el decir, su distinción y cortesía. Es memorable aquel programa suyo: "El Gran Premio de los 64 mil pesos". Evoco a mi padre, oyendo semana tras semana ese concurso y anotando afanosamente las preguntas de don Pedro y las respuestas de los participantes para aumentar -decía- su cultura. Mi editorial querida, Diana, del Grupo Planeta, acaba de publicar un libro que se lee con deleite y con provecho. Se llama "El mundo de Pedro Ferriz". En sus páginas este notable personaje de la vida mexicana recoge sus memorias; narra deliciosas anécdotas; habla de su época y de sus contemporáneos y cuenta cosas interesantísimas acerca de importantes figuras de la política y el espectáculo. Leer este libro es adentrarse en un rico tiempo mexicano y conocer de cerca a alguien cuya vida ha sido ejemplo de cumplimiento cabal y digno de una vocación. Hago llegar mi agradecimiento a don Pedro Ferriz Santa Cruz, querido paisano coahuilense -él es nacido en Piedras Negras-, por el espléndido regalo que nos hizo con este libro suyo, síntesis de una vida que tanto enriqueció otras vidas. Y hago propicia esta ocasión - la frase la saqué del Manual de Correspondencia del Tenedor de Libros- para enviar un afectuoso abrazo a mi amigo Pedro Ferriz de Con, excelente hijo de excelente padre... Una mujer de edad madura llegó a cierta clínica especializada en el tratamiento de enfermedades artríticas y reumatoides. Caminaba dificultosamente; iba encorvada, con las piernas dobladas y los brazos flexionados. "Doctor -le dice al médico que la atendió-. Durante muchos años he hecho el amor en el asiento trasero de automóviles europeos". "Ya veo -responde el facultativo-. Esos coches son casi siempre de dimensiones reducidas, y viene usted conmigo a que le trate la deformación muscular y ósea que le causó el practicar el sexo en posiciones incómodas". "No vengo a eso" -declara la mujer. "Entonces -inquiere el médico- ¿a qué viene?". Responde ella: "Entiendo que tiene usted un Lamborghini"... FIN.