El ardoroso novio le suplicaba con vivas instancias a su noviecita que le diera ya una prueba indubitable de su amor. “¡Pero, Vehemencio! -respondía ella muy apurada-. ¡Ya falta nada más un mes para la boda!”. “¡Lo sé, mi amor! -respondía él-. Pero ¿y si antes estalla la Tercera Guerra Mundial?”... Unos recién casados llegaron al pueblito y se encontraron con que todos los cuartos del único hotel que había ahí estaban ocupados. Al muchacho no se le ocurrió otra cosa que ir con el señor cura a pedirle que por favor les permitiera pasar la noche en la sacristía de la iglesia. El bondadoso sacerdote se los permitió, y la parejita se acomodó en el pequeño cuarto. Sucedió que al amanecer hubo un tremendo terremoto, y prácticamente todo el pueblo quedó arrasado por el sismo. Preocupado por la suerte que habrían corrido los jóvenes casados, el señor cura fue a la iglesia a buscarlos. ¡Increíble! ¡Dormían plácidamente, con sueño tan profundo que ni siquiera se habían dado cuenta del temblor, y de que se había derrumbado el templo! El sacerdote los movió para despertarlos. Abre los ojos el muchacho y contempla asombrado toda aquella destrucción: las paredes caídas; el techo desplomado; las imágenes rotas en el suelo; el campanario derruido; la cúpula de la iglesia convertida en escombros. Y dice el muchacho muy apenado: “Caramba, señor cura, le ruego que nos perdone. Ya sabe usted lo que es una noche de bodas”... El panorama político de México es hoy por hoy desolador. Lo que hemos visto en los últimos días ciertamente no mueve a la esperanza. Los manipuleos de los partidos; sus pugnas internas; sus alianzas por abajo de la mesa; todo eso da al ejercicio de la política un nivel pedestre que induce ya al enojo, ya a la desolación. Los protagonistas de nuestra vida pública parecen no tener capacidad de diálogo, ni poder llegar a acuerdos hechos con transparencia y sin ocultamientos. Todo se mueve en un ámbito de politiquería -lo que antes se conocía como “grilla”- del cual resultan sólo nuevas ventajas para los partidos, sin que veamos nada que tienda al bien comunitario y a la solución de los graves problemas del País. No se advierte firmeza, ni fijeza, en las acciones del Gobierno Federal; los llamados “parlamentarios” -¡cuán grande les va el nombre!- andan a la greña; y otra vez la Cámara de Diputados es peor que palenque o herradero. El PAN anda asustado; el PRD, como siempre, anda violento; y el PRI anda como canica en lavamanos, dando vueltas y vueltas, y vendiendo caro su amor a quien lo compra. Todo en la escena pública anda a la altura del betún, para usar la sabrosa frase de los tabasqueños, que a fin de señalar lo bajuno y lo vulgar aluden al betún con que se lustra el calzado. En fin, quizá vengan después tiempos mejores. Quizás en el siguiente siglo... Llega el marido a su casa y dice a su mujer: “-’Apostamos en la oficina a ver quién era el más indejo de todos”. “-¿Y cuánto les ganaste, mi vida?” -pregunta muy contenta la mujer-... El señor cura, preocupado por el auge que el alcoholismo estaba tomando en su parroquia, predicó un sermón. Al fondo, recostado en la última banca, lo oía con gesto de desagrado un borrachín. Impetra el señor cura con suplicante acento: “¡Hermanos! ¡Ayúdenme por favor a combatir el feo vicio del alcohol!”. Y dice el borrachito en alta, rencorosa voz: “¡Déjenlo! ¡Que se ingue solo!”... Un galán llevó a su novia al campo. Iba con intención de cortar la inmaculada flor de su virginidad. Logró consumar la seducción dando a la núbil doncella palabra de marido. Pero al refocilarse en el deliquio venéreo advirtió que la muchacha se meneaba con movimientos propios de experta cortesana. “Oye -le dice-. Tú me dijiste que eras señorita. Y tus movimientos no son los de una virgen”. “-Tienes razón, -responde ella-. Mis novimientos no son los de una señorita ni una virgen. Son los de una mujer a la que el idiota de su novio acostó arriba de un hormiguero”... FIN.
