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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

CATÓN.

Aquella joven mujer acudió al consultorio de un médico. Le dice, preocupada: “Doctor: creo que estoy perdiendo la vista”. El médico hace que se recueste en la camilla, y poniéndole tres dedos frente a los ojos le pregunta: “Dígame usted: ¿cuántos dedos tengo ahí?”. Exclama con angustia la muchacha: “¡Cielo santo! ¡También estoy perdiendo la sensibilidad allá!”. (No le entendí)... Aquel mexicano fue a París. Un amigo suyo le había dicho que la lengua francesa era muy fácil: lo único que tenía que hacer para comunicarse con los franceses era terminar todas las palabras en -e, y acentuarlas. Por ejemplo: hamburguesa: hamburguesé; mantequilla: mantequillé; pan: pané; etcétera (etceteré). Fue el mexicano, pues, a un elegante restorán, y le ordenó al mesero: “Traemé una sopé de cebollé; un fileté con papés; un heladé de vainillé y un cafeé capuchiné”. El mesero tomó la orden, y a poco regresó con todo lo que el mexicano le había pedido. “¡Fantástico! -exclama éste-. ¡En verdad el francés no es tan difícil!”. Se retira el mesero mascullando en español: “¡Indejo! ¡Si yo no fuera mexicano también, se habría muerto de hambre el güey!”... En la hora del café todos en la oficina se quejaban de lo mal que los trataban sus mujeres. Toma la palabra don Wormilio. “Pues lo que es a mí –declara- mi esposa Jodoncia me quita los zapatos cuando llego a la casa del trabajo”. “¿De veras?” -lo envidian sus compañeros. “De veras -confirma tristemente don Wormilio-. Me quita los zapatos para que no me vaya a salir”... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, le cuenta a su amiga Himenia Camafría, célibe otoñal como ella: “Padezco insomnio. En las noches se me va el sueño, y no sé qué hacer”. “Yo también padezco insomnio -contesta la señorita Himenia-. Y sí sé qué hacer, pero no tengo con quién hacerlo”... A la orilla de las carreteras, en la calle, en los mercados, en algunas tiendas de mascotas se venden animales pertenecientes a la fauna mexicana, algunos en vías de extinción. Debería ponerse un hasta aquí a ese ilícito comercio; y los compradores deberían pensar que eso de llevar a su casa un animal “exótico” presenta riesgos grandes no sólo para el animal, sino también para los moradores de la casa, sobre todo si son niños. Los animales silvestres son eso, silvestres, y no se avienen al cautiverio, ni se reducen a la domesticidad. En el momento menos pensado se manifiesta su condición de criaturas “salvajes”, y se vuelven entonces peligrosos. Otros, los más, mueren después de una larga y penosa agonía. Debemos respetar a la naturaleza en sus criaturas, y no tratar a éstas como cosas o juguetes, que ciertamente no lo son. Propiciemos la vida, no la muerte, y no compremos por vana presunción o por curiosidad esos animales, a los que debemos respeto como parte que son, valiosa, del mundo en que vivimos... En el manicomio la enfermera le dice al director: “Un señor pregunta si se nos escapó algún loco”. “¿Por qué quiere saber eso?” -se extraña el funcionario. Contesta la enfermera: “Es que su mujer se fugó con un hombre, y no encuentra otra explicación”... Le cuenta un tipo a otro: “Mi esposa sufre mucho a causa de sus creencias”. “¿De veras? -pregunta el otro-. Pues ¿qué cree?”. Responde el tipo: “Cree que un pie del 7 puede caber en un zapato del 5”... En un rincón del bosque el tímido y escuchimizado galán le pregunta a la desenvuelta y exuberante chica: “Si hago lo que estoy pensando hacer, Frondosia, ¿pedirás auxilio?”. Responde ella: “Si haces lo que estoy pensando que quieres hacer, claro que pediré auxilio. De seguro lo necesitarás”... FIN.

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