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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En la reunión de jubilados dice uno de los asistentes: “El hombre debe saber retirarse a tiempo”. “Es cierto -confirma una señora-. Así se tienen menos hijos”... Desapareció de su casa Astatrasio Garrajarra, un hombre aficionado al vino. Pasaron 15 años sin que nadie supiera nada de él. Su esposa lo daba ya por muerto cuando un buen día regresó Astatrasio. “¡Santo Dios! -exclama estupefacta la señora al verlo-. ¿Dónde andabas? ¿Qué fue de ti todo este tiempo?”. Replica el temulento con tartajosa voz: “¿No te dije que iba a una fiesta de 15 años?”... Pepito llegó a su casa con una peregrina novedad. Le cuenta a su papá: “El profe nos habló hoy de un animal que tiene ocho testículos”. “Has de estar confundido -le dice su papá-. No existe un animal así”. “Lo dijo el profesor -insiste el niño-. Y además ese animal tiene treinta -ulos”. El señor revisa el libro de Ciencias Naturales y le dice a Pepito: “El animal de que hablas es el pulpo. Y la palabra es tentáculos”... A la señorita Peripalda, encargada de dar el catecismo, le regalaron una pareja de pericos. Ella no sabía cuál era el periquito y cuál la periquita, de modo que se puso a vigilarlos hasta que los vio efectuar una actividad que revelaba sin lugar a dudas el sexo de cada uno. Inmediatamente tomó al periquito y para distinguirlo de su compañera le cortó el copete de plumas que le cubrían la cabeza. Sucedió que esa noche fue de visita el señor cura. Era calvo el padrecito. Lo ve el perico y le dice: “¿A ti también te pescaron en lo mismo?”... En mi biblioteca tengo dos letreros. Uno dice: “No presto libros. Esta biblioteca está hecha con libros que me han prestado a mí”. El otro letrero contiene una sonora frase de Vicente Espinel, gran español del Siglo de Oro. Dice esa frase: “Los libros hacen libre a quien los quiere bien”. En pocas escuelas se inculca a los niños el hábito de la lectura. Yo creo que no hay en el mundo una universidad que pueda enseñar lo que cualquier persona puede aprender con un rato de buena lectura cada día. Los mexicanos no leemos. Escribimos, sí, pero no leemos. En este país hay más escritores que lectores. Y de esos escritores algunos han escrito más libros que los que han leído. En otros países la lectura es hábito cotidiano. La gente compra libros, o los obtiene en la biblioteca de su comunidad y nadie sale de viaje si no lleva un libro para leer en el aeropuerto y el avión, en la playa y el hotel. Para los mexicanos, en cambio, el libro es un artículo de lujo; algo que no figura en la lista de nuestras prioridades. Muchos dirán que el libro es caro, mas la verdad es que siempre se consiguen ediciones baratas -como suele decirse- al alcance de todos los bolsillos. No lee el que no quiere leer. Si los mexicanos leyéramos quizá sería otro este país... El Señor dio vida a Adán y enseguida le comunicó: “Te tengo dos noticias: una buena y una mala. La buena es que te di un gran cerebro y otra parte también muy importante. La mala es que sólo te puse suficiente sangre para operar una de esas dos cosas a la vez”... Todos los estudiantes del Conservatorio tenían puestos los ojos en Solfiria, muchacha de muníficos atributos corporales. Aprovechando que había un curso acerca de Stravinski le dice uno de los chicos: “Solfiria: te invito a la noche a mi departamento. Tengo ‘La Consagración de la Primavera”‘. “No puedo -responde la muchacha-. Ya me invitó Batuto y él tiene ‘El Pájaro de Fuego”‘... La mujer que estaba disertando en público era una violenta feminista. “A ver -proclama retadora-. Les hago esta pregunta a los varones que me escuchan: si no fuera por la mujer ¿dónde estaría el hombre?”. Responde una voz masculina: “En el Paraíso Terrenal; comiendo fresas y rascándose los éstos”... FIN.

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