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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Jock MacCock, un joven escocés, llegó a la feliz edad de vestir su primer kilt, la típica falda de los escoceses. Compró la tela con los colores de su clan; fue con un sastre y le pidió que le hiciera un kilt, y, si le sobraba tela, también unos calzones. El sastre cumplió el encargo, y aún le quedó medio metro de tela que entregó a Jock junto con las prendas. Lo primero que hizo el muchacho fue ir con su novia a enseñarle su flamante atuendo. Desgraciadamente olvidó ponerse la otra prenda. Cuando llegó con la chica le mostró la falda. "Es un hermoso kilt" -comentó ella. Jock, pensando que también traía el calzón, se levantó la falda al tiempo que le decía a su novia: "Y mira esto". "También es hermoso" -declaró la muchacha contemplando lo que Jock puso a la vista. "Si te gusta -ofreció él, orgulloso-, en casa tengo otro medio metro"... Un hombre cumplió 20 años de casado. Le dice a su señora: "¡Cómo ha cambiado para mí la vida! Antes de casarme vivía en un departamentito de una sola recámara, y conducía un vochito, pero me acostaba con toda clase mujeres: morenas, rubias, pelirrojas... Hoy soy dueño de una preciosa residencia y manejo un coche de lujo, pero debo resignarme a dormir sólo contigo". "No te aflijas -le dice su mujer-. Tú vuelve a acostarte con las morenas, las rubias y las pelirrojas, y yo me encargaré de que vuelvas a vivir en un departamentito y a manejar un vocho"... Dos norteamericanos tenían un bungee, entretenimiento de riesgo que consiste en lanzarse al vacío desde una altura considerable atado a una cuerda elástica que hace volver a quien se lanza al punto de partida. El negocio ya había pasado de moda en su ciudad, de modo que decidieron ir a México a probar fortuna. Llegaron a un pequeño pueblo, y ante la curiosidad de los lugareños, que se congregaron todos en la plaza a ver aquella novedad, instalaron la elevada plataforma. Los dos subieron a ella. Uno de los americanos se ató a la cuerda y saltó al vacío para hacer la demostración del bungee e interesar a los mexicanos en hacer la prueba. Cuando volvió a lo alto su compañero no pudo asirlo para ponerlo en la plataforma nuevamente, pero notó que el otro mostraba algunos golpes y escoriaciones. En la segunda vuelta tampoco lo pudo detener, pero observó que el amigo iba sangrando. En la tercera lo vio lleno de moretones. Por fin en la cuarta vuelta lo pudo asir y poner en la plataforma. El infeliz estaba lleno de sangre, lacerado, con todo el cuerpo cubierto de cardenales, varios dientes de menos y dos o tres costillas rotas. "¿Qué te pasó? -le pregunta consternado-. ¿La cuerda estaba demasiado corta, y te golpeaste contra el suelo?". "No -responde penosamente el otro-. La cuerda estaba bien. Pero dime: ¿qué chingaos es una piñata?". Como piñata andamos también los mexicanos: a golpes con la realidad. Sufrimos calamidades derivadas lo mismo de la naturaleza que de esa incivil ralea que forman ahora los políticos. Cara nos cuesta esa turbamulta que se vuelve y revuelve en dimes y diretes sin que de ella derive bien alguno para la Nación. Toda noción de servicio se ha perdido; no hay ninguna concertación entre el Poder Legislativo y el Ejecutivo; los partidos no ven más allá de la nariz de su interés, y toda la actividad política consiste en la búsqueda del dinero o del poder, sin que nadie se detenga a pensar en México y en los mexicanos. Si tal fuera el costo de la democracia diríamos que esa señora cuesta mucho. Pero esto no es democracia; es burdo ejercicio de politiquería. A la democracia sólo se llega por la educación, y en México la educación es cosa de política. Así, llegamos otra vez, como en el bungee, al punto de partida, igual de maltratados y dolidos que el personaje del cuento que narré. Mejor digamos... FIN.

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