En la merienda de señoras una de ellas comentó: "Mi marido es un hombre de cinco veces cada noche". "¿De veras?" -exclaman las otras con admiración y envidia. "Sí -confirma la señora-. Siempre le digo que no tome tanto té antes de acostarse"... Babalucas abordó a una mujer en el bar. Le dijo ella: "No me molestes. Soy lesbiana". "¿Ah sí? -inquiere el badulaque-. ¿De qué parte de Lesbia?"... Pepito llegó a su casa con la novedad de que la maestra lo había expulsado del salón. "¿Por qué?" -le preguntó su padre. Explica el muchachillo: "Me pidió que le dijera cuántas son 2 por 3. Yo respondí: ‘Son 6’. Luego me preguntó cuántas son 3 por 2". Exclama el señor muy enojado: "¿Y cuál es la pin... diferencia?". Contesta Pepito: "Eso fue exactamente lo que le dije yo"... El gerente del restorán sorprendió al cocinero con la mano metida en la lavadora de platos. Lo despidió. Y a la lavadora de platos también... Se casó don Senilio, señor octogenario, con una frondosa dama de 40 abriles. En el hotel donde pasarían la noche de bodas se necesitaron dos botones para meter al añoso señor en la cama. Y al día siguiente se necesitaron seis para sacarlo. (¡El cachondo viejito no quería dejar el tálamo nupcial!)... Por mi parte estoy reuniendo fuerzas para contar un chiste de subidísimo color, más rojo que los más rojos que aquí han aparecido. Se llama "El crucigrama". Su publicación habrá de contribuir en forma significativa a ese proceso, lento pero inexorable, que es la decadencia de Occidente. Mientras tanto mañana daré a las prensas otro relato igualmente merecedor de execración. Se llama "Naufragio". Es un cuento desvergonzado, zafio, procaz, desfachatado, inverecundo y ruin. ¡No se lo pierdan mis cuatro lectores!... Actuó con imprudencia Felipe Calderón cuando en Nueva Orléans motejó de ridículos a los perredistas. Desde luego debo admitir que es muy difícil ser prudente en Nueva Orléans. Yo viví en esa ciudad allá en los años sesentas del pasado siglo, cuando Nueva Orléans era todavía Nueva Orléans y cuando yo todavía era yo, y cometí gozosas imprudencias que aún hoy, poco prudente, sigo recordando. Pero un presidente no puede darse los lujos que se da un muchacho. Las palabras presidenciales no sólo suenan: además resuenan. Es necesario entonces decirlas después de sopesarlas, y en su oportunidad. Eso que dijo Calderón fue, para decir lo menos, muy inoportuno. Como presidente de todos los mexicanos no le toca tomar partido, ni hablar mal de ninguno. Su declaración se oyó fuera de tiempo, y destemplada. En vez de ayudar a la conciliación propició el enfrentamiento. Sucede, cosa extraña, que la distancia hace gárrulos a nuestros presidentes. Cuando están en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos, dicen cosas que no dirían acá. En otras ocasiones Calderón había actuado con mesura. En este caso parece que olvidó la prudencia al cruzar el río Bravo, o que se le ahogó en el Mississippi o en el lago Pontchartrain... Esa última frase estuvo lapidaria. Tendré que aminorar su contundencia con un relato de humor lene... Tres parejas de casados llegaron al mismo tiempo a la morada celestial. San Pedro le preguntó al primer esposo: "¿Cómo te llamas?". Responde el individuo: "Eudoro". "Lo siento -dice el portero celestial-. Ni tu mujer ni tú podrán entrar. Tu nombre suena a oro, y por causa del oro muchos hombres se han perdido". Se vuelve hacia el segundo. "Y tú ¿cómo te llamas?". Contesta el otro: "Etelvino". "Tampoco ustedes dos podrán entrar -determina el apóstol-. Tu nombre suena a vino, y por causa del vino muchos hombres se han perdido". La esposa del tercer sujeto se inclina sobre su marido y le dice en voz baja: "Se me hace que vamos a tener problemas, Próculo"... FIN.