Venía de Tequila. Es presumible entonces que viniera entequilado. Eso podría explicar por qué Emilio González, Gobernador de Jalisco, desbarró en un acto de contenido humanitario en el cual dijo palabras de carretonero. Aunque don Juan Sandoval Íñiguez, Príncipe de la Iglesia, haya justificado sus expresiones -una buena limosna lo justifica todo-, lo cierto es que no fueron dignas de un gobernante, ni estuvieron a la altura del pueblo tapatío y jalisciense. Hizo bien, por lo tanto, don Emilio en ofrecer una disculpa por sus majaderías. Yo no les doy tanta importancia. Las mentadas de madre, afirma la sabiduría popular, son como las llamadas a misa: el que quiere va, y el que no quiere no va. A mí lo que no me pareció fue la cuantiosísima suma que González distrajo del erario para darla como aportación a las obras del Santuario de los Mártires. Espero que ese santuario se construya. Respeto y admiro profundamente a quienes dieron su vida por su fe; creo en su santidad; y muy gustosamente aportaría algo a la construcción del merecido templo donde esos mártires recibirán la veneración de los católicos. Leí en mi juventud aquellas dos espléndidas novelas, "Entre las patas de los caballos" y "Héctor", en las cuales latía con fervor igual el amor a la Patria y el amor a Dios. Luego, los libros de Jean Meyer, ese hombre extraordinario que tanto nos ha enseñado a los mexicanos acerca de nosotros mismos, y las obras escritas por don Francisco Gallegos Franco, entrañable cronista de las cosas alteñas, me hicieron conocer mejor la guerra de cristeros, heroica gesta que la propia Iglesia, al establecer con el Estado aquellos "arreglos" mentirosos, y al dejar en la estacada a quienes la defendían, se encargó de desvirtuar. Sospecho que si hubiera vivido yo en Tepatitlán en aquel tiempo, y si hubiese tenido el par de grandes cualidades que para eso se necesitaban, habría sido también cristero. Pero amor no debe quitar conocimiento: el dinero que tan dadivosamente regaló a la Iglesia el Gobernador González no es suyo: proviene del trabajo de todos los jaliscienses, entre los cuales los hay de distintas religiones. Me pregunto qué habría sucedido si don Emilio fuera mormón y hubiese dado aquella suma de dinero para la construcción de un templo de esa iglesia. El hecho de que los católicos sean mayoría en Jalisco no suprime el derecho que tienen todos los jaliscienses por igual a que el dinero que sale de su trabajo sea empleado en obras de beneficio general -escuelas, caminos, casas, hospitales-, y no para favorecer a un grupo particular, como es la Iglesia Católica. Yo soy católico, y miro con unción las figuras de aquellos inocentes, religiosos y seglares, que fueron sacrificados por confesar su fe. Cooperaría gustoso, en la medida de mis posibilidades, a que esos mártires tuvieran su santuario. Pero lo haría con mi trabajo o mi dinero, y no con el dinero o el trabajo ajenos. Lo demás, lo de las mentadas, es verdaderamente lo de menos... Babalucas llevó a un amigo suyo a un bar en el que había un letrero: "Pida un whisky doble y gane la oportunidad de tener sexo gratis". De inmediato el amigo de Babalucas pidió un whisky doble. Le indica el cantinero: "Ha ganado usted la oportunidad de tener sexo gratis. Diga un número del uno al diez". "Cinco" -arriesga el tipo. "Lo siento -le dice el cantinero-. Ése no era el número". Pide el amigo otro whisky doble. "Diga otro número" -lo invita el cantinero. "Siete" -aventura el tipo. "Lástima -le vuelve a decir el cantinero-. Tampoco ése era el número". Le musita el amigo a Babalucas: "Ya estoy pensando que en esta rifa hay trampa". "¡De ninguna manera! -protesta Babalucas-. ¡La semana pasada mi esposa la ganó tres veces!"... FIN