Al término de un largo viaje aquel señor llegó a su casa a horas de la madrugada. Cuando entró en la alcoba conyugal vio a su mujer durmiendo plácidamente al lado de un desconocido. Montó en cólera el esposo -era lo único en que podía montar-, y profirió exaltados gritos y ululatos que despertaron al amasio y a la pecatriz. El marido tomó al hombre por las solapas de la piyama y empezó a zarandearlo con violencia al tiempo que le decía, furibundo: "¡Canalla, miserable, descastado; infame, sinvergüenza, descarado; bribón, villano, ruin!". Preguntó el otro: "¿Me lo dice a mí?". "¡A usted se lo digo, sí señor!" -bufó el esposo. Y al rebufar seguía zamarreando al individuo agarrándolo por la piyama. En eso interviene la señora: "Ten más cuidado, Corneliano. Es tu piyama nueva"... Susiflor le contó a su mamá: "Me salió un pretendiente, mami, y quiere matrimonio. Pero es feo, gordo, calvo y viejo. Tiene mucho dinero". "Si tiene mucho dinero, hija -responde la sabidora madre-, entonces no es feo, gordo, calvo ni viejo. Tiene un rostro interesante; es robusto, de frente despejada, y se halla en plenitud de vida"... Declaraba Capronio, sujeto cínico y mordaz: "Todas las esposas deberían traer tatuado el número 111. Porque empiezan con uno, siguen con uno y acaban con uno"... (En todo caso, digo yo, deberían traer el 01, porque sin ellas uno es un cero a la izquierda)... La señorita Solicia Sinpitier, madura célibe, fue a visitar en el cuartel al nuevo comandante militar del pueblo, pues le habían dicho que era hombre acomodado, viudo, y de no malos bigotes. La recibió el mílite en su oficina, y la señorita Sinpitier lo invitó a cenar en su casa "cualquiera de estas noches". Le dice, coquetona: "Quienes lo han conocido, general, dicen que es usted un gran conversador. También me gustaría a mí gozar su compañía". "Eso puede ser ahora mismo, señorita" -responde el militar. Y así diciendo va hacia la ventana y grita: "¡Compañía! ¡A formar!"... Don Algón le ordenó a su jefe de personal: "Contráteme a la chichoncita". "Pero, señor -objeta el funcionario-. Es la que presentó el peor examen. Tiene pésima ortografía; escribe cuatro palabras por minuto, a condición de que sean palabras cortas; no tiene ni siquiera nociones de computación". "Ya lo sé -replica el salaz ejecutivo-. Pero en su solicitud de empleo puso en el renglón correspondiente a ‘Sexo’: ‘No hay problema’"... Pepito mira por la cerradura de la recámara de sus papás. Luego se vuelve hacia su hermanito y le informa: "No sé exactamente qué es lo que están haciendo, pero todo indica que se están divirtiendo mucho"... En la barra de la cantina un individuo que parecía tener algún impedimento físico, pues llevaba ambos codos pegados al cuerpo, le pidió al cantinero un tequila, y lo bebió trabajosamente, sin despegar los codos. Luego le pidió otro, y otro, y otro más, y todos los bebía con angustiosa prisa, y sin despegar del cuerpo los codos. "Amigo -le dice el cantinero al tipo. Ése no es modo de beber un buen tequila. Debería usted hacerlo con lentitud mayor, para disfrutarlo más". Responde el sujeto: "Sólo así puedo beber desde que tuve aquel horrible accidente". "Ah, caray; perdóneme -se apena el cantinero-. ¿Qué horrible accidente tuvo usted?". Contesta el tipo: "Tumbé una copa de tequila con el codo"... La señora llama a su marido: "¡Ven pronto, Leovigildo! ¡Mi papá va a golpear a mi mamá!". Contesta el esposo: "No creo que el suegro necesite ayuda"... El gerente y la secretaria se estaban refocilando cumplidamente sobre el escritorio de la oficina. Tenían las ropas en desorden; estaban sudorosos; se habían despeinado; jadeaban, resollaban y acezaban en el ardor del deliquio pasional. En eso se abre la puerta de la oficina. Voltea el tipo, y luego le dice apresuradamente en voz baja a la muchacha: "¡Es mi esposa! ¡Actúa con naturalidad!"... FIN.
