Le comenta una muchacha a otra: “Mi novio, Picio, tiene mucha personalidad, mucho carácter, posee un extraordinario carisma, es un hombre muy interesante”. “El mío también es feo” -responde con tristeza la otra-... La señora reclamaba a su marido: “Soy para ti un simple objeto sexual, Capronio. Ni siquiera me dices si difrutas el sexo”. “¿Cómo quieres que te lo diga? -se justifica el ruin sujeto-. ¡Cuando lo disfruto tú no estás!”... Rosilita, ya se sabe, es el equivalente femenino de Pepito. Un día su ingenuo vecino, Simplicito, la invitó a jugar. Le pregunta Rosilita: “Y ¿a qué vamos a jugar?”. Responde Simplicito: “A las comiditas”. “¿A qué?” -vuelve a preguntar Rosilita. Repite Simplicito: “A las comiditas”. “Uh, no -contesta Rosilita despectiva-. Así con eme no”... A la chita callando la inflación ha ido encareciendo los productos de la canasta básica. Han subido los precios del pan, del maíz, del arroz, del aceite, del frijol y de otros artículos cuya carestía impacta gravemente el presupuesto familiar de los mexicanos de bajos recursos. Mientras tanto los voceros oficiales siguen diciendo que nuestra economía está más firme que el Peñón de Gibraltar, que México es Jauja, y que los mexicanos vivimos en el mejor de los mundos posibles. Como se ve, la demagogia también florece en los jardines públicos... La señora se fue a confesar. “¿Vas a misa?” -le pregunta el sacerdote-. “En eso ando muy mal, padre -responde apenada la señora-. Casi nunca”. “¿Rezas tus oraciones por la noche y al levantarte en la mañana?” -pregunta el confesor. “Ay, padre -se avergüenza de nuevo la señora-, en eso ando muy mal también. Casi nunca”. “¿Das limosna a los pobres?” -inquiere el señor cura. “También en eso ando muy mal -reconoce la señora-. Casi nunca”. “Dime ahora -pregunta el sacerdote-: ¿le eres fiel a tu marido?”. “¡En eso sí ando bien! -contesta alegremente la señora-. ¡Casi siempre!”... Murió cierto sujeto, y se encontró de pronto haciendo fila ante las puertas del paraíso. San Pedro, el portero celestial, interrogaba a los que iban llegando. “¿Qué hiciste allá en la tierra?” -le pregunta a uno. “Fui casado” -responde. “Pasa -autoriza San Pedro-. Tienes derecho a estar en el coro de los mártires”. Se dio cuenta el sujeto de que a todos los casados San Pedro los admitía sin chistar, por mártires. Cuando le llega el turno y el celestial portero le pregunta qué hizo en la tierra, el individuo, para asegurarse bien, responde: “Fui casado, San Pedro. Tres veces me casé”. “¡Entonces al infierno! -truena el santo-. ¡Aquí recibimos mártires, no indejos!”... Una señora hacía gala de las virtudes de su esposo. “Jamás me ha engañado -decía a una amiga-. Es leal, es absolutamente fiel”. “Pues no te envidio -dice la otra-. Tu marido puede ser de alta fidelidad, pero el mío es de alta frecuencia”... Un hombre acudió muy preocupado ante el padre Arsilio. “Sospecho -le dijo- que mi esposa me está envenenando”. “No es posible” -se inquieta el bondadoso sacerdote. “Sí, padre -insiste el sujeto-. Noto en mis alimentos un extraño sabor, como de arsénico”. El padre Arsilio le dice: “Deja el asunto en mis manos. Mañana mismo voy a hablar con tu esposa. No la conozco, pero estoy seguro de me escuchará”. Dos días después el señor cura llama al individuo. Cuando lo tiene enfrente le dice: “Conocí a tu esposa, y hablé con ella un par de horas”. Pregunta el individuo ansiosamente: “Y ¿qué me recomienda, padre?”. Responde sin vacilar el padre Arsilio: “Tómate el veneno”... La princesa Scherazada les contaba a sus amigas: “Vino a visitarme Aladino, el de la lámpara maravillosa. Comenzó a frotar, a frotar, a frotar, y todos mis deseos se cumplieron”. “¿Te los concedió el genio de la lámpara?” -preguntan las amigas-. Y responde Sherazada: “¿Quién dijo que Aladino traía la lámpara?”... FIN.