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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Yo no soy un columnista objetivo. Y Dios me libre de serlo alguna vez: si fuera un comentador objetivo eso querría decir que había renunciado a mi subjetividad, es decir a lo que soy. Yo me encuentro de cuerpo y alma presente en todo lo que escribo; estoy ahí con mi ser -con mis seres- y con mi circunstancia, o sea con lo que traigo en mí desde antes de nacer y con lo que la vida, el mundo y todo lo demás -y todos los demás- han puesto en mí. Eso sí: procuro ser un columnista subjetivo bastante objetivo. En eso no hay contradicción. Aspiro a que mi yo no suprima el yo de mis semejantes; quiero respetar sus personas y sus pensamientos; reconocer lo valioso que hay en ellos y no excluir en el trato con ninguno -con ninguno- esa esencial fraternidad que a todos los humanos debe unirnos. Por eso huyo del insulto, del denuesto, de la adjetivación que agravia o que lastima. Se puede cumplir la función crítica sin descender a la injuria o la difamación. Dijo Agustín de Hipona, que fue gran pecador y luego fue gran santo: "In necesariis unitas; in dubiis libertas; in omnibus caritas". En las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; y en todas, amor". Esta pomposa peroración me sirve de introito, preámbulo, exordio, prolegómeno, limen o prefación para decir -usando una expresión de las izquierdas- que saludo la celebración del debate sobre la reforma energética. Esa útil y necesaria discusión, hay que decirlo, se debe a López Obrador. La errada estrategia de Calderón y sus adláteres dio base para que el tabasqueño realizara acciones que impidieron la sospechosa festinación de una iniciativa presidencial que debía desde el principio ser objeto de escrutinio por todos los sectores interesados. Cabe esperar ahora que ese debate sea honesto, racional, bien informado y tendiente al bien de México, y que una vez concluido sea la base de medidas legislativas que nos alejen lo mismo de mitos pseudopatrióticos que de las tentaciones de la corrupción... Con lo dicho he cumplido por hoy mi deber de orientar a la República. (Dicho sea de paso, y sin que esto suene a lágrima o reproche, la República nunca hace caso de mis orientaciones). Dejemos ahora libre el paso a algunos cuentecillos que aminoren la densidad de estas arengas... El anciano padre Arsilio estaba resolviendo un crucigrama. Le dice a su joven vicario: "Ayúdame con una definición en la que tengo duda: ‘Cosa perteneciente a la mujer’, en cuatro letras. Las últimas tres son o-ñ-o". De inmediato una palabra fea vino a la mente del curita joven. Pero pensó: "¿Cómo puedo decirle ese vocablo tan grosero a este santo varón, imagen de la pureza y la virtud? Debe haber alguna otra palabra que pueda yo decirle sin lastimar su inocencia y su pudor". Después de pensar un poco dice: "Creo que di con la palabra, padre. Es ‘moño’". "¡De veras! -se alegra el padre Arsilio-. A ver, préstame un borrador para borrar la ce"... Doña Jodoncia le pidió el encargado del departamento de carnes en el súper que le mostrara un pollo. Le alzó un ala y olió abajo de ella. Le levantó la otra y también olfateó. Luego le levantó un muslo y olió igualmente con detenimiento; alzó el otro muslo y oliscó también". Le pregunta el de la carnicería, ya amoscado: "Dígame, señora: ¿pasaría usted esa prueba?"... En una fiesta un tipo le dice al invitado que estaba junto a él: "Pagaría con gusto 5 mil pesos por tirarme a aquella señora tan guapa que está allá". El invitado se levanta de su asiento. Era un hombrón de estatura descomunal y músculos impresionantes. "Oiga, amigo -ruge con enojo-. Esa señora que usted dice es mi mujer". Dice entonces el otro: "Ande, no me haga caso. Mire: ni siquiera traigo los 5 mil pesos"... FIN.

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