Un vecino le contó al lechero de su barrio: "El sábado pasado nos reunimos en una fiesta todos los matrimonios de la cuadra. Hubo tanta bebida que al final empezamos a jugar un juego algo riesgoso: los maridos vendamos a nuestras esposas; luego nos pusimos en fila, y cada señora, tocando nuestras partes de varón, debía adivinar quién era cada uno". "¡Caramba! -exclama el lechero, divertido-. ¡Me habría gustado estar ahí!". "Qué bueno que no estuviste -dice el otro-. ¡Tu nombre fue mencionado siete veces!"... Pipo Lanarts es crítico de arte. A pesar de eso tiene buen corazón, es creativo y posee imaginación. De vez en cuando Pipo otorga la presea que lleva su nombre al autor de algún anuncio original, una buena frase propagandística o una ingeniosa campaña de publicidad. En esta ocasión el Premio "Pipo Lanarts" se entrega a la persona que tuvo la idea de poner en las carreteras de mi estado natal grandes letreros que dicen por una cara: "Ni modo: aquí termina Coahuila"; y por la otra: "¡Al fin! ¡Ya estoy en Coahuila!". Desde luego eso no se dice en demérito de ninguna de las entidades vecinas, pero hace alusión a la alegría que sentimos los coahuilenses cuando llegamos a nuestro solar nativo, y a la tristeza que nos invade al salir de él. Para los mexicanos todo México es nuestra casa; pero el amor al terruño es de tal manera grande que nos hace cantar: "Qué lejos estoy del suelo donde he nacido" cuando nos alejamos apenas unos kilómetros de la tierra que nos miró nacer. A veces las circunstancias de la vida nos llevan a otra parte, pero siempre van con nosotros las memorias y añoranzas de la patria chica, del sitio donde vivimos nuestra niñez o nuestra juventud. Todos los años de mi vida, venturosos todos, los he vivido en Saltillo, con excepción de aquéllos en que hube de ir lejos a estudiar. Cuando salgo de mi ciudad, o de Coahuila, siento una súbita nostalgia, y al retornar a casa, aunque me haya ausentado de ella un par de días, siento que soy un hijo pródigo que regresa a los brazos de su padre y al regazo amoroso de su madre. Por eso me causó alegría que el codiciado Premio "Pipo Lanarts" se haya otorgado ahora al autor de aquella linda idea, la de despedir a quienes salen de Coahuila con esa desolada manifestación: "Ni modo: aquí termina Coahuila", y recibir a quienes llegan con esa exclamación de júbilo que todos dicen: "¡Al fin! ¡Ya estoy en Coahuila!"... Babalucas se puso a vender chucherías en el centro de la ciudad, y fue detenido por un gendarme que arrestó también a tres mujeres de tacón dorado. El juez le pregunta a la primera dama: "¿Por qué la trajeron aquí?". "No me lo explico, señor juez -responde la suripanta-. Yo iba tranquilamente a la oficina donde trabajo como secretaria, y este policía...". "No siga usted -la amonesta con severidad el juzgador-. La conozco bien y sé que es prostituta. Pagará una multa de 500 pesos por ejercer la prostitución en la vía pública, y otra multa de 200 pesos por falsedad en su declaración". Llama el juez a la segunda mujer y le pregunta igualmente: "¿Por qué la trajeron aquí?". Contesta la maturranga: "Me dirigía a la iglesia, señor juez, a rezar la novena de San Nicodemo, cuando fui injustamente detenida". "No mienta -la reprende el juez-. También usted es prostituta. Pagará la misma multa que su compañera". Llama el juez a la tercera mujer. "Y a usted -le pregunta-, ¿por qué la trajeron?". "Su Señoría -responde con solemnidad la furcia-, yo no voy a mentir: soy prostituta". "¡Vaya! -exclama con alivio el juzgador-. ¡Hasta que encontré a alguien que dice la verdad! En premio a su honradez, señora, queda usted libre, y sin pagar ninguna multa". Llama en seguida el juez a Babalucas y le pregunta: "Y a ti ¿por qué te trajeron?". Responde el badulaque: "Señor juez, yo tampoco voy a mentir: soy prostituto"... FIN.
