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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Un pesimista es alguien que ha conocido muchos optimistas. Yo no sufro, a Dios gracias, el pernicioso mal del pesimismo. En julio como en enero cultivo una rosa verde: la esperanza. Pero mi actitud optimista tiene bases: he leído algunos libros de historia, y observo que esa historia va avanzando -siquiera sea con paso tardo y vacilante- hacia la plenitud del bien. Yo no veré esa plenitud, naturalmente, pero quizás estaré algún día en ella, aunque yo ya no sea yo, naturalmente. Digo estas ampulosidades porque advierto una sensación de agobio y desaliento en la República. Quizás eso es efecto de los males que sufrimos: la inseguridad; la carestía; el desmadre en la política -por favor, editores mojigatos, no me censuren esa palabra fea: "política"-; la creciente incapacidad del Gobierno Federal para manejar con tino los asuntos nacionales. Aun así, República, no te abatas ni te desanimes. Otros tiempos has visto, más difíciles, y de ellos has salido para ser mejor. "Mientras hay vida hay esperanza", reza un proverbio popular. Yo digo que habrá esperanza mientras tengamos paz. Si logramos que todos estos problemas no redunden en males de violencia social, podremos conjurar los ominosos riesgos que ahora vemos, y hacer de México un país de mayores libertades, de mejor ejercicio democrático y -lo más urgente y necesario- de justicia más plena para todos. Dixi... Afrodisio Pitonier, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, viajó a un país arábigo. Últimamente había abusado de sus dotes para la refocilación, y eso lo tenía postrado. Un par de veces fue incapaz de cumplir obra de varón, y ya se sabe la diferencia que hay entre miedo y pánico: sientes miedo la primera vez que no puedes la segunda vez; te invade el pánico la segunda vez que no puedes la primera vez. Afrodisio no quería renunciar al goce de la carnalidad, por más que muchas flores había cortado ya en ese jardín. Qui multum habet, plus cupit. El que mucho tiene, más quiere. Oyó decir que en cierto país de la antigua Arabia Felix era posible conseguir unas babuchas mágicas que convertían a quien las calzaba en un potente semental. Hizo aquel viaje, pues, y buscó el bazar o zoco donde le habían dicho que podía encontrar esas babuchas. Pronto halló el puesto donde las vendían. Preguntó al vendedor cuánto costaban, y éste le dijo que 100 mil cequíes. Afrodisio quiso saber cuánto era aquello en pesos mexicanos, pero el hombre le dijo que esa moneda no era aceptada ahí; que incluso en algunos sitios turísticos de México no era bien recibida. Le dio el equivalente en euros, libras esterlinas y dólares americanos. El precio era exorbitante, admitió con sonrisa untuosa, pero se justificaba. Las babuchas estaban garantizadas: en el momento mismo en que el señor se las pusiera sentiría un vigor erótico tan grande que se lanzaría sobre la primera mujer que a su alcance se pusiera. "Y su potencia viril será tan grande -añadió el mercader-, y su técnica amatoria tan refinada y hábil, que la gente pensará que es usted de Saltillo, mítica y legendaria urbe mexicana de la cual se habla con admiración en todo el mundo". Ya no dudó Afrodisio: pagó el precio que el comerciante le pedía, aunque con eso quedaba más endeudado aún que su país de origen. El mercader le entregó las babuchas, y de inmediato Afrodisio se las puso. Apenas las había calzado cuando sintió un deseo erótico tan grande, un apetito venéreo tan urente, que sin poderse contener se precipitó sobre la persona que tenía más cerca. Esa persona era el mercader. Al verse así atacado el comerciante gritó aterrorizado, al tiempo que luchaba con denuedo para librarse del lujurioso abrazo de Afrodisio: "¡Grandísimo bandejo! ¡Se puso usted las babuchas al revés!"... FIN.

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