Pirulina fue a confesarse con el padre Arsilio. Le dice muy apenada: "Me acuso, padre, de haber dicho que tiene usted cara de indejo". "No te preocupes, hija mía -le responde el buen sacerdote-. Sigo las enseñanzas de Jesús, y perdono a quienes me hieren con la calumnia o la maledicencia". "Disculpe, padre -aclara Pirulina-. Eso que dije de usted podrá ser maledicencia, pero calumnia no es". "Igual perdono -repite el padre Arsilio-, y no guardo rencor por la ofensa recibida. Nuestro Señor nos ordena amar a nuestros enemigos, y hacer el bien a quienes nos ofenden. Yo te perdono. De penitencia reza diez padrenuestros, diez avemarías, y ve mucho a tiznar a tu madre"... En otra ocasión el padre Arsilio fue a la ciudad, y tuvo antojo de comer algo ligero. Entró en una tienda de conveniencia y le dijo a la encargada, una muchacha de exuberantes formas, sobre todo en la parte posterior: "Me da por favor un refresco y unos nachos". La chica hubo de subir por una pequeña escalera para bajar el recipiente en el cual guardaba el queso. En eso una ráfaga de aire levantó el vestido de la muchacha, y puso al descubierto el doble hemisferio de su bien redondeada anatomía. "¡Qué pena, padre! -se azara la empleadita-. No fue mi intención que usted mirara lo que vio". "Puedes estar tranquila -le dice el padre Arsilio-. Soy un hombre de Dios, y quienes nos dedicamos a Su sagrado ministerio estamos muy alejados de las cosas de la carne, y tenemos entrenado nuestro pensamiento para no albergar en él ideas mórbidas o de delectación carnal". "Gracias, padre -replica con alivio la muchacha-. Pero, perdone: ¿qué me pidió usted?". Responde el padre Arsilio: "Un refresco y unas nachas"... Todavía quedan algunos fumadores -por fortuna son cada vez más pocos- que exigen, a veces con altanería, que se respete su libertad de fumar, aunque con eso pongan en riesgo su salud, y aun su vida. Sucede, sin embargo, que la gran mayoría de quienes fuman adquirieron ese pernicioso vicio cuando eran aún menores de edad, y no podían por lo tanto decidir conscientemente, ni estaban en aptitud de ejercer su libertad en forma responsable. Por eso ahora las compañías tabacaleras, con actitud verdaderamente criminal, enderezan las baterías de su propaganda hacia el sector más joven de la población. Alguna vez los dueños de esas empresas deberán pedir perdón por todas las muertes que causaron, y por los males sociales de todo orden que provocaron con su inmoral comercio. Triste cosa es ganar dinero a costa del sufrimiento ajeno. Los fabricantes de cigarrillos no dudan en seguir poniendo en el mercado su letal producto con tal de percibir ganancias. El día de hoy muchos fumadores decidirán liberarse para siempre de la esclavitud a que los somete un pequeño cilindro de papel relleno con la picadura de una nociva hierba. El mundo se va librando poco a poco de ese mal, el tabaquismo, y no pasarán muchos años sin que el hábito de fumar sea visto como una risible y tonta costumbre del pasado... Tabu Larasa era una chica despechada. Quiero decir que no tenía nada de busto. En la parte de proa era indigente. Se iba a casar, y temió que aquella exigüidad de frontispicio fuera desilusión para su novio. Decidió sincerarse con él, y hacerlo en forma delicada, mediante un eufemismo o circunloquio, pues no quería causarle una prematura decepción. Así pues le dijo un día: "Debes saber, mi amor, que soy sintética". "¿Sintética? -repitió él sin entender-. ¿Qué significa eso?". Explica Tabula, ruborosa: "Que no tengo teticas". "Ah, no te preocupes -la tranquiliza el novio-. Yo soy simbólico"... FIN.