La maestra le pregunta a Pepito: “Si pongo cuatro huevos en una canasta, y tres huevos en otra ¿cuántos huevos tengo en las dos canastas?”. Responde el muchachillo: “Primero me gustaría ver cómo pone los huevos”... Astatrasio Garrajarra llegó ebrio a su casa. Su esposa menea la cabeza y le dice con tono de reproche: “Astatrasio, Astatrasio”. “¡Mira! -se asombra el temulento-. ¡Yo soy el que ando edo, y tú eres la que me ve doble!”... El consultor entrevistaba a Ovonio Grandbolier: “¿Desde cuándo trabaja usted aquí?”. Contesta el haragán: “Desde que me amenazaron con despedirme si no trabajaba”... En un retiro para matrimonios el sacerdote le pidió a una pareja de casados que escribiera cada uno un breve texto en el cual aparecieran, relacionadas, las palabras “amor” y “sexo”. La esposa escribió: “El amor es un elevado sentimiento espiritual que hace a quien ama desear el bien de la persona amada. El sexo es un impulso que Dios puso en nosotros a fin de perpetuar la especie. Cuando el sexo se cumple con amor, la pareja alcanza una absoluta plenitud de cuerpo y alma, y su unión se vuelve entonces una experiencia inefable que lleva a los esposos a la cumbre de la felicidad humana en una perfecta unión que trasciende hasta la eternidad”. El esposo escribió: “Siento amor por el sexo”... Nota importante: al final de esta columnejilla viene un cuento de subido color que las personas púdicas no deberían leer. Lo leyó doña Tebaida Tridua, encargada de la moral social, y al punto presentó los síntomas típicos del purupuru, una rara dermatosis contagiosa que llegó a ser endémica en Brasil, por la cual la piel se va poniendo progresivamente blanca. Absténganse, pues, las personas con escrúpulos de leer el dicho cuento, pues no es cosa de andar por ahí con purupuru... Tengo dudas muy serias (mírenlas: no se ríen) acerca del cacareado referéndum sobre la reforma petrolera. Ese procedimiento de consulta nos es relativamente ajeno; carecemos de práctica para llevarlo a cabo, y la ciudadanía no está acostumbrada a él. Por otra parte el asunto que se debate es sobre todo técnico, no político, y será muy difícil que los participantes puedan emitir un voto bien fundado acerca de un tema cuyas implicaciones, por complejas, no pueden cabalmente conocer. Otro problema está en la forma y expresión de la consulta, pues cuando se hace un referéndum la respuesta depende en buena parte del modo en que se plantee la pregunta. Será casi imposible encontrar términos tan neutros o imparciales que no induzcan la contestación de los votantes hacia uno u otro lado de la cuestión propuesta. Finalmente no es ocioso recordar que, al menos en teoría, los diputados y senadores representan a los ciudadanos, de modo que en puridad democrática el dicho referéndum sería albarda sobre aparejo. Ciertamente esa representación es sólo una entelequia -cosa irreal-, pero nadie será tan ingenuo como para pensar que el resultado de la consulta popular será adoptado por los legisladores para normar su posición. Ellos actuarán conforme a la consigna que sus rabadanes o pastores les impartan, y así ese referéndum, aún realizado con eficacia y transparencia, sería al fin y al cabo pura demagogia. Y la demagogia no beneficia nunca más que a los demagogos. (¡Bófonos!)... Viene ahora el relato peligroso que arriba se anunció. Suspendan en este punto la lectura las personas de conciencia estricta... Un tipo entró a todo correr en el baño de un restorán, y con apuro procedió a desahogar una necesidad menor. Al lado estaba un señorcito notoriamente pequeño en todos los aspectos, a diferencia del recién llegado, que había sido magníficamente dotado por la naturaleza. “¡Uf! -exclama con alivio el hombre que llegó corriendo-. ¡Apenas la hice!”. Le pide el señorcito, suplicante: “¿No podría hacerme una igual?”... (No le entendí)... FIN.
