Una mujer denunció a un taxista. Dijo que había abusado dos veces de ella. Le pregunta un oficial: “¿Quiere usted decir que la violó dos veces?”. “No, -aclara la mujer-. Fue una sola vez, pero no desconectó el taxímetro”... Un marido le cuenta a otro: “Algún efecto tiene el plenilunio sobre mi mujer. Cuando ve brillar la luna, satisface todos mis deseos eróticos”. Dice el otro: “Mi mujer también satisface todos mis deseos eróticos, pero cuando ve brillar la lana”... El señor debía levantarse de madrugada para emprender un viaje. Despertó en medio de la noche, y no pudo ver los números luminosos del reloj que estaba sobre el buró de su mujer. A tientas buscó sus lentes en su propio buró, y no pudo encontrarlos. De pronto tuvo una brillante inspiración. Le agarró una bubi a su mujer. Ella abrió los ojos y dijo adormilada: “¡No manches! ¡Son las 3:22 de la mañana!”... La señora rechazó a su marido cuando éste se le acercó, insinuante, y pronunció la consabida frase: “Hoy no, querido. Me duele la cabeza”. Responde él: “Hagámoslo, mi vida. Prometo no tocarte la cabeza”... “Hermosa como una bandera”. El bello símil es de Héctor González Morales, poeta nacido en mi ciudad. Usó esa frase al exaltar las virtudes de su madre. Todas las banderas, en efecto, tienen de suyo una belleza que deriva de su calidad de símbolo en que se resume la historia de una nación y de su pueblo. Para los mexicanos no existe lábaro más hermoso que nuestra enseña tricolor. Desde niños aprendemos a amarla y respetarla. Parece ser, sin embargo, que también a los ojos de muchos extranjeros la bandera mexicana es una de las más bellas del mundo. Esa calidad estética surge quizá del dibujo que lleva el lienzo, el del águila devorando a la serpiente. Aun para quien desconozca nuestra historia ese dibujo aparece como la representación de la lucha del bien contra el mal; de la nobleza contra la mezquindad, del elevado ideal que triunfa sobre todo lo que se arrastra. El símbolo es hermoso, ciertamente. Y lo sería más si el bello simbolismo cobrara plena realidad en nuestra vida nacional. No sé si exista una ciencia que se llame algo así como “Ecología Política”. Si la hubiera, cualquier estudioso de ella pensaría que el hecho de que el águila haya matado a la serpiente explica por qué hay tantas ratas en este país... Sor Bette fue una monja ejemplar toda su vida. Y sin embargo cuando murió supo que San Pedro no la admitiría inmediatamente en el Cielo. “Toda tu vida fuiste buena, es cierto -le dijo el portero celestial-. Pero lo fuiste porque nunca conociste el mal. Viviste siempre en las cuatro paredes de tu convento, y no supiste del mal que hay en el mundo. Ve a conocerlo, pues. Tres cosas deberás hacer en tres días: fumar un cigarro; beber una copa, y conocer a un hombre. Si resistes las tentaciones que derivan de esas tres cosas, podrás volver aquí, y entonces te abriré las puertas de la eterna dicha”. Regresó, pues, sor Bette al mundo. Al final del primer día llamó a San Pedro por teléfono. Le dijo: “San Pedro: me fumé el cigarro. Tan mal me supo, y tanto daño me hizo, que estoy segura de que jamás volveré a fumarme otro”. “Muy bien -la felicita el apóstol-. Superaste la primera prueba. Creo que pronto regresarás aquí”. Al terminar el segundo día sor Bette vuelve a llamar al portero celestial. Le dice: “San Pedro: ya me bebí la copa. Me supo horrible; me hizo sentir muy mal. Tengo la certidumbre de que nunca beberé una copa más”. “Felicidades -responde el de las llaves-. Estoy seguro de que muy pronto te veré en el Cielo”. El siguiente día, sin embargo, San Pedro no recibió ninguna llamada de sor Bette. Hasta pasado otro día lo llamó. Le dice sor Bette: “¡Hola, Pedrito! Te habla Betty. Conocí al hombre. ¡No me esperes pronto!”... FIN.