Recordemos el conocido caso de aquel viajero que un día llegó a cierto país de África. Llegó un domingo por la tarde, y ya se sabe que las tardes de los domingos son aburridas hasta en Nueva York, París, Roma o Saltillo. (Las ciudades se citan por orden alfabético, no de importancia). Decidió, pues, ir al cine. Buscó uno, y se encontró con la ingrata novedad de que había una larga fila frente a la taquilla. Se formó, de cualquier modo, pues no tenía otra cosa qué hacer. Apenas había tomado su lugar cuando el negro que iba adelante se volvió hacia él y le dijo: "Oiga, amigo: usted no es de aquí ¿verdad?". "En efecto -respondió el viajero, que solía hablar como se escribe, en vez de escribir como se habla, que es cosa más natural y más sencilla-. No soy de aquí. ¿Por qué me lo pregunta?". Contesta el africano: "Porque en esta ciudad los blancos no hacen la fila". Se encogió de hombros (de los dos) el visitante, y fue directamente a la taquilla. Le pidió al boletero: "Me da un boleto, por favor". Le dice el hombre: "Oiga, amigo: usted no es de aquí ¿verdad?". Respondió el turista: "En efecto; no soy de aquí. ¿Por qué me lo pregunta?". Replica el empleado: "Porque aquí los blancos no pagan". Otra vez se encogió de hombros el sujeto (era de costumbres metódicas), y sin más entró en la sala cinematográfica y ocupó la primera butaca que encontró vacía. (Sentarse en una que hubiese estado ya ocupada habría sido imprudencia temeraria). El negro que estaba al lado le pregunta: "Oiga, amigo: usted no es de aquí ¿verdad?". Contestó el viajero: "En efecto (¡Otra vez!). No soy de aquí. ¿Por qué me lo pregunta?". Responde el individuo: "Porque los blancos no se sientan en la parte de abajo de la sala. Se sientan allá arriba". El visitante, conforme a su costumbre, se encogió de hombros otra vez, y fue por la escalera hacia las localidades altas. Se acomodó en una y se puso a ver la película. Poco después sintió la urgencia de desahogar una necesidad menor. (Eso pasa cuando uno se encoge mucho de hombros). Se levantó, por tanto, de su asiento y fue a buscar el baño. Ninguno halló por ningún lado. Fue hacia un acomodador y le preguntó en voz baja: "Disculpe: ¿dónde está el baño?". El empleado le dice: "Oiga, amigo: usted no es de aquí ¿verdad?". "En efecto -contestó el turista-. (¡Y dale con el "en efecto"!). No soy de aquí. ¿Por qué me lo pregunta?". Responde el acomodador: "Porque los blancos no necesitamos baño. Simplemente vamos al barandal, y desde ahí hacemos lo que tenemos que hacer". No dejó de extrañar al visitante aquel extraño uso, pero recordó el viejo refrán que enseña: "A la tierra que fueres haz lo que vieres", y colocándose en el barandal procedió a cumplir el trámite que le imponía la naturaleza. Desde abajo le grita un negro al tiempo que luchaba por apartar con las manos el tibio chorro que le caía en la cara: "¡Oiga, amigo! Usted no es de aquí ¿verdad?". "En efecto -respondió también gritando el viajero sin dejar de hacer lo que estaba haciendo-. No soy de aquí. ¿Por qué me lo pregunta?". "¡Desgraciado" -responde el otro hecho una furia-. ¡Porque todos le menean para distribuir el chorro, y usted me lo está echando todo a mí!"... Por estos días los mexicanos estamos sufriendo males de todo orden: desempleo, alza de precios, caos político y -sobre todo- violencia e inseguridad. Debe haber, creo, algún dios perjuicioso que distribuye entre las naciones de la tierra los males y calamidades que afligen a los pueblos. ¿Por qué no le menea también ese enconado dios, para que las desgracias se repartan, en vez de que sobre nosotros caigan todas?... FIN.