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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Llegó una muchacha a una fiesta de disfraces. Iba completamente desnuda, en peletier. En la entrada le pregunta un guardia: "¿Por qué viene usted sin ropa?". Contesta la muchacha: "Mi disfraz es de Adán". "¿Adán? -repite el guardia-. ¿Cómo puede usted ser Adán, si no tiene aquella parte?". Replica ella: "Déjame entrar, y en un minuto tendré varias"... La veneranda Real Academia de la Lengua no registra en su diccionario la palabra "trompetilla" en la acepción que nosotros en México le damos. Don Francisco J. Santamaría, benemérito lexicógrafo que debería tener estatua grande en su natal Tabasco, escribió en modo muy galano la definición de esa voz tan usual: "Trompetilla: En estilo jocoso y popular, ventosidad, pedo, sobre todo el que se hace con la boca en son de burla". Sólo en ocasiones raras esta columnejilla recurre a ese modo tan chocarrero de denigración, y lo hace con resistencia, porque las tales pedorretas algo tienen de vulgaridad, y quien la escribe, si bien no tiende a lo versallesco, tampoco quiere descender a lo pedestre ni ponerse a la altura del betún, como se dice en la tierra del mencionado señor Santamaría, hablando del betún con que se lustran los zapatos, para aludir a lo que anda a baja altura. Sobre todo, quien esto escribe no hace uso de trompetillas porque no gusta de zaherir a las personas, ni lastimarlas con adjetivos de denostación, ni exponerlas al público ludibrio. Su ánimo y su talante son amorosos, y hace de su escritura una gozosa forma de comunión con su prójimo, aun con el que tiene más imperfecciones, pues él mismo es un completo catálogo de ellas. Tiene este autor sobre su mesa de trabajo, y la mira antes de comenzar sus garabatos, la "Oración sencilla" del Pobrecito de Asís, que contiene estas palabras de sencillez y mansedumbre: "Señor, hazme instrumento de tu paz. Donde haya odio siembre yo amor. Donde haya sombras, luz. Donde haya tristeza, alegría...". La tarea de este modestísimo escritor es amoroso ejercicio, y él la cumple siempre con amor. Dedicarle a alguien una trompetilla lo conturba, y se resiste a enviarla. Pues bien: el escritor lanza hoy, por excepción, una de esas trompetillas o pedorretas denostosas. ¿A quién la dirige? A los y las estudiantes de la Normal Superior de Mestros que rechazan el examen de oposición como medio de elevar la calidad de la educación en México. El autor de estas líneas es maestro. Dos especialidades cursó en la Normal Superior de su estado: la de Lengua y Literatura Españolas y la de Pedagogía y Técnicas de la Educación. Conoce bien, por tanto, el medio magisterial, y sabe que sólo a través de un cuidadoso sistema de selección que elimine toda forma de influencia y corrupción será posible escoger a los mejores docentes, en bien de los educandos y -finalmente- del país. Rechazar los exámenes de oposición es pretender mantener viva la mediocridad en que muchos maestros han vivido, y seguir haciendo del magisterio una rutina protectora de los malos profesores, ésos que son maestros por dos razones solas: el día 15 y el día último. Vaya pues para esos estudiantes normalistas que no tienen ánimos de superación, atados a las prácticas viciosas del pasado, una sonora trompetilla: ¡PTRRRRRRRRRR!... Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, oyó cantar en una fiesta a una muchacha: "¡Qué bien cantas!" -le dijo. "Y eso que tengo laringitis" -respondió con orgullo ella. Afrodisio la invitó a bailar, y tras dar con ella algunos pasos la elogió: "¡Qué bien bailas!". Se jactó ella: "Y eso que traigo un pie falseado". Luego ambos fueron a un motelito de esos de corta estancia o pago por evento. En medio de las eróticas acciones la alabó Afrodisio: "¡Qué bien follas!". Y dijo ella: "Y eso que traigo una enfermedad venérea"... FIN.

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