Lord Feebledick llegó a su casa y sorprendió a su mujer, lady Loosebloomers, entrepiernada en el lecho conyugal con el mozalbete que repartía las pizzas. Lleno de enojo milord le reclamó al mancebo: "Las pizzas están frías, y tienen poco queso". Al punto intervino la señora, y dijo: "Feebledick: ¿no ves que el muchacho está ocupado? El que no trabaja no come –’No mill, no meal’-, y esto es parte del trabajo de este joven, según te podrán decir todas las ladies del contorno. Deja que acabe lo que está haciendo ahora, y luego presenta tus reclamaciones". Milord salió muy digno de la alcoba. Con excepción de las opiniones liberales de mister Bernard Shaw nada le molestaba más que una pizza fría, sobre todo si tenía poco queso. Esperó, pues, en el saloncito de fumar, y se entretuvo con la lectura de un ejemplar atrasado de "The Hunter’s Almanac". Cuando sintió que había concluido el asunto que en la recámara tenía lugar, tomó la escopeta que recién había encargado a Bélgica, y armado con ella se dirigió al sitio de los acontecimientos. En efecto: aquel negocio había concluido. Lady Loosebloomers, con mirada ausente, fumaba un cigarrillo egipcio en su larga boquilla de marfil, mientras el jovenzuelo, desmadejado, exánime, yacía en decúbito supino -vale decir de espaldas- sobre el lecho del ilícito placer. Entonces esgrimió milord su arma y amenazó al agotado mozallón. "Ahora vas a pagar tus bribonadas, ruin bellaco -le dijo apuntando el cañón de la escopeta hacia la exangüe entrepierna del muchacho-. Nadie le da una pizza fría a Feebledick, y menos aún con poco queso". "Por Dios, marido -lo reprendió lady Loosebloomers-. Eso que vas a hacer no es de buen cazador. Espera al menos a que el muchacho se levante, como haces con perdices y faisanes. ¿Acaso a esas aves les disparas cuando están en reposo ahí, en el suelo? Ah, no: esperas a que emprendan el vuelo para hacer tu tiro. Es cierto que este joven ya hizo el suyo, pero él no pertenece a nuestra misma clase, y bien se le pueden disculpar sus faltas". Lord Feebledick encontró razonables los argumentos de su esposa, y esperó a que el repartidor de pizzas abandonara el lecho. Pero el muchacho no era tonto: pensó que si se levantaba se iba a exponer a los certeros disparos de lord Feebledick, famoso por su infalible puntería. Lo mejor que podía hacer entonces era quedarse ahí, en la cama. Tomó, pues, el "London Times" que estaba en el buró y se puso a resolver el crucigrama. "No puedo esperar aquí toda la tarde -dijo milord tratando de contener un gesto de impaciencia-. Resolver ese crucigrama toma tiempo, lo sé por experiencia. Mañana pediré otra pizza. Si la traes fría, ya verás lo que te pasa". "Milord -respondió con osadía el muchacho-. Su esposa no es precisamente un volcán, y yo no me he quejado". "‘Sine Cerere et Libero friget Venus’ -citó lord Feebledick recordando el latín que aprendió en Eton-. Sin Ceres y sin Baco se pone fría Venus. Mi mujer no ha comido ni bebido nada en todo el día por causa de esas dietas salvajes que inútilmente sigue. Pero tus deficiencias, joven, no tienen justificación. O traes mañana la pizza calientita, y con bastante queso, o vas a conocer la justa venganza de un hombre agraviado". Así diciendo, aquel noble señor fue a poner la escopeta en su armero, satisfecho consigo mismo por haber dado al muchacho una segunda oportunidad... Esta nueva aventura de lord Feebledick y de su esposa, lady Loosebloomers, ilustra claramente la confusión de valores que priva en nuestro tiempo. En efecto, si bien es cierto que las pizzas deben comerse calientitas, no menos cierto es que el mucho queso las hace pesadas e indigestas. Lord Feebledick debería considerar tal circunstancia antes de amenazar en tan violenta forma al infeliz repartidor. Por mi parte, exhorto a los valores a mantenerse claros y no dejarse confundir... FIN.