Pepito se disponía a subir a su cochecito, que tenía la forma de un carro de bomberos. Lo iba a estirar su perro. Una señora observó que la correa del carrito no estaba atada al cuello del animal, sino a sus testes, dídimos o compañones, vale decir testículos. Le pregunta a Pepito: "¿No crees, buen niño, que el perro podría tirar mejor de tu carrito si le ataras la correa al cuello, y no a esa parte?". "Sí -reconoce Pepito-. Pero es carro de bomberos, y entonces no tendría sirena"... Este pasado lunes un nuevo museo abrió sus puertas en mi ciudad, Saltillo: el Museo del Sarape. El sarape es el símbolo y emblema de lo saltillense. Nuestros antepasados tlaxcaltecas tomaron todo el sol del mundo, y todos los arco iris, y los hicieron quedarse quietecitos en sus pliegues. Y fue el sarape lujo sobre el lujo del piano alemán con candelabros; adorno elegantísimo dejado como al desgaire en el sillón principal de la sala de recibo; o gala sobre el hombro del charro mexicano. El sarape, como todo lo bello, no tiene utilidad pragmática. Decir "sarape de Saltillo" es decir prenda de lujo; adorno que no se abaja a servir a fines de utilitarismo. El sarape no es prenda de vestir, como la tilma o el jorongo; no sirve para abrigarse, como la manta jerezana; ni se le puede profanar abriéndole una bocamanga. Es un objeto de belleza, y como tal sirve nada más para mirarlo. Y para acariciarlo, y sentir la delicada urdimbre de los hilos de colores que matizan esplendorosamente sus matices, y forman en el centro el perfecto diamante que sella su autenticidad. Pues bien: ahora el sarape saltillero, ese lujo, ese adorno, esa bandera y lábaro de mi ciudad querida, tiene un museo que mostrará su historia y hermosuras. Una antigua casona del centro histórico fue adquirida para albergar la magnífica colección de sarapes que en su recinto admiraremos. Ahí hay talleres donde los nobles artesanos descendientes de nuestros padres indios enseñarán a las muchachas y muchachos de hoy a tejer ese prodigio colorido. Curiosidades hay ahí, como una foto en la cual Elvis Presley aparece luciendo un sarape de Saltillo. También se exhibe una tarjeta porno en que una damisela de la Europa cubre sus encantos -algunos de ellos, por lo menos- con un sarape saltillero. No me extraña que al Viejo Continente haya llegado la fama de nuestros sarapes: Unamuno contaba que la primera visión de México que tuvo fue la de un sarape de Saltillo que su padre guardaba como tesoro traído de la América. Yo soy Cronista de mi ciudad amada, y aplaudo cuando veo que sus bellezas lucen. Celebro la creación de este museo, enriquecido con la valiosa colección de vestidos tradicionales que a lo largo de los años fue formando con amoroso empeño la señora Socky Moeller. Todo esto se debe al cuidado que el gobernador de Coahuila, Humberto Moreira Valdés, ha puesto en la conservación y enriquecimiento de nuestro patrimonio cultural. Él es maestro, y sabe por lo tanto que un pueblo que no guarda sus tradiciones y sus símbolos no tiene bien fincado su presente, ni su porvenir. Hace unas semanas el periódico PALABRA, del Grupo Reforma, hizo una encuesta a fin de que los ciudadanos calificaran la gestión del profesor Moreira. En esa encuesta el Gobernador obtuvo una calificación de 8.5 sobre 10. Tan alto índice de aprobación se explica quizá por la obra material que en todo el Estado ha llevado a cabo el gobernante, pero también por acciones como la que he reseñado, de preservación de nuestra riqueza cultural. Un buen crítico debe señalar los males que observa en el cumplimiento de las funciones públicas. También, sin embargo, ha de reconocer lo bueno. Estas palabras son de reconocimiento a una obra que al rendir homenaje al sarape de Saltillo exalta algo de lo mejor que tiene mi ciudad... FIN.