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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

La esposa de Astatrasio Garrajarra, el borrachín del pueblo, despertó en la madrugada al oír golpes y porrazos en la escalera. Era su beodo marido, que regresaba de una de sus farras. "¿Qué te pasa? -le grita la señora con enojo-. ¿Por qué haces tanto ruido?". Contesta Garrajarra: "Estoy tratando de subir 30 latas de cerveza al segundo piso". "¡Mira las horas que son! -replica ella, furiosa-. Deja eso para mañana". "No puedo -contesta el temulento-. Ya me las tomé"... Murió la esposa, y en su velorio el viudo lloraba desconsoladamente. Un amigo lo toma por el brazo y lo conduce aparte. "Mira -le dice en voz baja-. Ya sé que ahora esto es muy duro para ti. Pero en cinco o seis meses conocerás otra mujer, y entonces verás las cosas en diferente forma". "¿Cinco o seis meses? -gime el viudo-. ¿Y qué voy a hacer hoy en la noche?"... Babalucas llegó a la biblioteca pública a devolver el libro que había llevado el día anterior. Se queja: "Tiene demasiados personajes, y ninguna trama". Responde la bibliotecaria: "Ah, usted es el que se llevó el directorio telefónico"... Ovonio Grandbolier fue con un médico y le dijo que siempre se sentía cansado, sin ganas de hacer nada. El galeno, después de examinarlo, le informó que creía haber hallado la causa de su dificultad. "Dígamela, doctor -le pidió Ovonio-. Pero no use terminología médica abstrusa y complicada. Hábleme en términos de pueblo, llanos y sencillos". "Así lo haré -contesta el facultativo-. Lo que sucede, para decirlo en términos de pueblo, llanos y sencillos, es que es usted un reverendo güevón". "Muy bien, doctor -replica Ovonio, imperturbable-. Ahora dígamelo en terminología médica abstrusa y complicada, para poder yo decírselo a mi esposa"... La conducta de las corporaciones policiacas de Estados Unidos en relación con los inmigrantes ilegales bien puede compararse a lo que se vio en los tiempos del nazismo o del totalitarismo soviético. En descargo de las brutalidades ejercidas por estos dos regímenes hay que decir que entonces no se hablaba de derechos humanos, tema que ahora tiene preeminencia, sobre todo en el país del norte. Los norteamericanos, en efecto, se consideran adalides de la humanidad, pero muy pocos se indignan o protestan por los terribles abusos que todos los días se cometen en las ciudades estadounidenses contra hombres, mujeres y niños cuya pobreza, color de piel y calidad de extranjeros ilegales los hace víctimas de violencias cuya injusticia clama al cielo. Todo gobierno tiene derecho a aplicar el orden jurídico en su territorio. Ninguno tiene derecho a incurrir en actos que vulneran la dignidad de la persona humana, la rebajan y humillan, y la dañan en su integridad física y espiritual. Los buenos ciudadanos norteamericanos -en su mayoría lo son- deben unirse a las protestas de quienes ya protestan por esos abusos que serían incalificables si no se les hubiera calificado ya de injustos y brutales. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... Casó Simpliciano, joven inocente, con Pirulina, muchacha con bastante ciencia de la vida. Para incitar a su cándido marido en la noche de bodas, ella se puso unas provocativas pantaletitas, de ésas muy eróticas que tienen abierta la entrepierna. Luego se tendió en la cama y se puso en actitud de recibir el abrazo nupcial de su flamante esposo. Él vacilaba en ingresar al lecho. "¿Qué te sucede, Simpli? -le pregunta ella-. ¿No ves nada que te guste?". "Lo que veo me gusta mucho -contesta el ingenuo joven-, pero creo que es peligroso". "¿Peligroso? -se asombra Pirulina-. ¿Por qué?". Contesta Simpliciano: "Mira lo que les hizo a tus pantaletitas"... FIN.

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