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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Aquella madura señorita célibe, Solicia Sinpitier, tenía una pesadilla recurrente. Todas las noches soñaba que un negro descomunal la perseguía por una calle oscura. El hombrón iba impulsado por evidentes intenciones lúbricas, según se desprendía del hecho de que iba descalzo de los pies a la cabeza, cubierto sólo por un tatuaje en forma de corazón que ostentaba sobre uno de sus membrudos brazos. Mostraba además aquel coloso de ébano una tumefacción que no dejaba lugar a dudas sobre su estado de ánimo. La calle en que se veía la señorita Sinpitier resultaba ser un callejón sin salida. De espaldas contra el muro de ladrillo, sin posibilidad alguna de escapar, la otoñal doncella veía llegar al negro, que se lanzaba sobre ella y empezaba a desgarrarle la blusa y el vestido. En ese punto del sueño despertaba la señorita Sinpitier, en un estado tal de agitación que no podía ya dormir el resto de la noche, por más que se tomaba un Veronale y un té de flor de azahar. Luego, durante el día, trataba inútilmente de apartar de su pensamiento la imagen de aquel toroso semental que por la noche la asediaba, sólo para volver a verlo en sus sueños otra vez. Eso la hacía sentir extrañas emociones que la tenían en continuo sobresalto y le estorbaban cumplir con eficiencia su trabajo de archivista en la oficina de un tenedor de libros. Cierto día la señorita Sinpitier conoció en una fiesta a un siquiatra. Le dijo: "Doctor: todas las noches tengo un sueño". "Cuéntemelo, por favor" -le pidió amablemente el analista. "¡Ah no! -se alarma la señorita Sinpitier-. ¡Si se lo cuento luego no se me cumple!"... El detective privado le rindió su informe a la mujer que lo había contratado: "Seguí ayer a su esposo. Fue a un bar de mala muerte; luego a un antro de dudosa reputación, y finalmente a un motel de paso en las afueras de la población". "Ya veo -dice ella-. ¿Cree usted que con eso podría yo entablar una demanda de divorcio contra él?". "No se lo aconsejo, señora -responde el investigador-. Yo iba siguiendo a su esposo, pero su esposo iba siguiéndola a usted"... La mamá de aquel joven de 20 años llamado Candorio era en extremo puritana, de moral estricta, y además muy posesiva. Continuamente le advertía a su hijo sobre los peligros de tener trato con mujeres, pues no quería quedar sola si su retoño se casaba. Cierto día que paseaban por el parque Candorio vio a una pareja de novios que se besaban amorosamente. Lleno de turbación le preguntó a su madre: "¿Qué hacen?". Responde la dragontina madre: "Eso que están haciendo se llama ‘beso’. El hombre que recibe un beso de una mujer corre peligro de muerte". Pasaron varios meses, y Candorio fue de vacaciones al campo. Ahí conoció a esta chica, Pirulina, que lo invitó una noche a ver la luna. En medio de la romántica contemplación la campirana damisela le preguntó al ingenuo mozo con voz insinuativa: "Dime una cosa, Candy: ¿no sientes la tentación de un beso?". "¡Oh, no! -exclama muy asustado él-. ¡Mi mamá dice que el hombre que recibe un beso puede morir!". "¡Qué tontería!" -se ríe la muchacha. Y así diciendo tomó en sus manos el rostro del muchacho y le estampó en la boca un beso estilo francés: labial, lingual, dental, palatal, adenoidal; húmedo, ardiente y prolongado. Al principio Candorio pareció rendirse a la voluptuosidad de aquel encendido ósculo, pero de pronto empezó a luchar por desasirse de los urentes brazos de la chica. "¿Lo ves? -le dice con angustia-. Mamá me dijo que moriría si me besaba una mujer. Y tenía razón. ¡Una parte de mí ya se está poniendo rígida!"... (No le entendí)... FIN.

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