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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Le dice Jehová a Moisés: "Te tengo dos noticias: una buena y una mala". Pregunta el israelita: "¿Cuál es la buena?". Le contesta Dios: "Como el Faraón no deja ir a tu pueblo, he pensado hacer caer sobre Egipto las más terribles plagas. Convertiré en sangre las aguas del Nilo. Haré llover fuego sobre las ciudades. Enviaré una nube de langostas sobre las cosechas...”. “¡Fantástico!” -se alegra Moisés. “Y eso no es nada -añade Jehová-. Cuando el Faraón salga a perseguirte con su ejército, partiré en dos las aguas del Mar Rojo, para que puedas pasar por él”. “¡Genial! -exclama Moisés, entusiasmado-. Pero, dime: ¿cuál es la mala noticia?”. Responde Jehová, mohíno: “Los ecologistas se oponen a todo eso”. La historietilla puede aplicarse a esa especie de fanatismo ecológico que en nombre de la protección al medio ambiente estorba a veces la realización de obras de beneficio para el hombre. Así como hay quienes dicen hablar en nombre de Dios, también hay quienes se arrogan la voz de la naturaleza. Ésta debe ser objeto de cuidados, ciertamente, sobre todo para evitar las depredaciones de quienes no tienen idea de lo sagrado que es la vida en todas sus manifestaciones, y matan por placer o vanidad a las criaturas naturales; o arruinan el hábitat en el que moran; o degradan la tierra, el aire, el agua. El hombre no es “el rey de la creación” -¡cuánto daño ha hecho ese falso concepto, fincado en la soberbia religiosa!- pero tiene también un lugar en el mundo, y sus aspiraciones de una vida mejor para él y para su descendencia no deben ser indebidamente limitadas por fanatismos o intolerancias radicales. Esos dogmatismos pueden costar vidas humanas. El más cercano ejemplo que tengo de una actitud así, intemperante, es el retraso de meses que sufrieron las obras de construcción de una nueva e indispensable carretera entre Saltillo y Monterrey. Ese retraso fue causado por el extremismo de quienes no querían que se dañara tal o cual especie vegetal, algunos de cuyos ejemplares se hallaban en el sitio por donde pasará esa tan necesaria vía. Durante los meses en que la obra estuvo suspendida hubo accidentes fatales que causaron la muerte de personas, ciertamente más valiosas que aquellos ejemplares de la flora. Muchos otros casos iguales pueden encontrarse que impiden sin razón obras similares. El radicalismo intemperante no conduce a nada. Siempre podrá encontrarse un justo medio que proteja tanto los bienes naturales, de los cuales no debemos privar a las generaciones venideras, como el bien del hombre, del cual no debemos privar a la generación actual. No sean los ecologistas como aquél que hace unos días recordé, que cuando se enteró de la tragedia del Titanic lo primero que preguntó con inquietud fue: “¿Y qué le pasó al iceberg?”... Viene ahora un relato de color subido. Las personas a quienes no les gusten los cuentos de ese tono deben evitar su lectura... Una mujer de nombre Facilda Lasestas abusó tanto del sexo que su parte posterior quedó en extremo maltratada. Fue con un especialista, y éste le dijo que la única solución para el problema sería trasplantarle otro par de pompas. La operación se llevó a cabo con buen éxito. Al dar de alta a la paciente, sin embargo, el médico le advirtió que si quería conservar en buen estado las partes trasplantadas ya no debía incurrir en los excesos de antes. Pero un año después Facilda regresó otra vez con el doctor, de nuevo con el mismo problema que la había llevado ahí por la primera vez. “¡Pero, mujer! -le dice consternado el médico-. ¿Por qué no me hizo usted caso? ¿Por qué no cuidó las pompas que le trasplanté?”. “Ay, doctor -responde ella-. Si no cuidé las mías, menos iba a cuidar las ajenas”... FIN.

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