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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

NAU YACA

El inspector escolar aplicaba un examen a los niños. Les dice: "Vamos a ver: sale un avión de Nueva York a México volando a 860 kilómetros por hora. Sale otro de México a Nueva York volando a velocidad igual. En el vuelo se cruzan. Uno de los jets es de color azul; el otro es rojo. El piloto del primero se llama John Smith; el del segundo es Pedro Pérez. Tomando en cuenta todos esos datos, díganme ustedes: ¿qué edad tengo?". De inmediato Pepito levanta la mano. "Acaba usted de cumplir 40 años" -dice sin vacilar. El inspector queda estupefacto. "¡Es cierto, niño! -exclama con asombro-. ¿Cómo supiste?". Explica Pepito: "Tengo un hermano que acaba de cumplir los 20, y es medio mamón"... A propósito, ayer cumplí 70 años de edad. Llego a ellos en plenitud de facultades, si se exceptúan, claro, las mentales. No digo eso por vana presunción, o por jactancia. Lo digo para que aquellos que son más jóvenes que yo -o sea casi todos- sepan de buena fuente que cuando Dios da, da a manos llenas, y alarga sus dones para que los gocemos aun cuando el sol ya está en lo alto de las tapias. Tengo salud (¡Salud!). Tengo un trabajo, o tres, o cuatro, o cinco, que me gustan tanto que salgo de la cama a hacerlos cuando aún no sale el sol. Tengo una linda esposa de 43 años (de casada conmigo); cuatro maravillosos hijos, y 10 preciosos nietos entrados ya en 11. Tengo un hermano, una hermana y un hermanito que me conocen y me quieren desde que yo todavía no era yo. Tengo amigos tan buenos que no me hacen sentir que son todos mejores que yo. (Uno de ellos, a quien admiro y quiero mucho, me llamó tempranito por teléfono y me cantó Las Mañanitas: César Costa). Tengo mi casa antigua de Saltillo, y mi antigua casona del Potrero, donde hablo con las queridas sombras que me dan su luz. Y tuve un perro -no creo que tendré otro- que me acompaña todavía a donde voy. Para dar gracias por todo eso fui a saludar al Señor de la Capilla, y luego a nuestra Virgen mexicana. Después disfrutamos en familia los sencillos condumios de la cocina saltillera, y nos unimos en el amor que nos mantiene juntos, y en el recuerdo de los que ya no están. Digo todo esto no porque tenga importancia -gracias a Dios nunca he sido importante-, sino porque quiero dar gracias a todos los que ese día me recordaron. Mi gratitud va especialmente al Grupo Reforma, la casa querida de trabajo que me ha hecho ser lo que en el periodismo soy, por la espléndida cobertura que dio a mi cumpleaños. Ese día Reforma, El Norte, Palabra y Mural me hicieron sentir lo que nunca he querido ser: famoso, y fueron causa de centenares de llamadas telefónicas (no estoy exagerando) y de otros tantos cientos de mensajes. (Esto no es un dato estadístico: es un dato cierto). Por esos telefonemas y esos mensajes supe que la gente me lee, lo cual es importante para mí; pero que además me quiere, lo cual es más importante aún. Muchas bendiciones recibí ese día, tantas que no me cabían ya en el corazón, pero entre las mejores estuvo el generoso retrato que mis colegas del Grupo Reforma -directivos, reporteros y fotógrafos- hicieron de mí en esos periódicos que tan cercanos siento de mi afecto. Seguiré tratando de merecer su bondad, y el cariño de mis cuatro lectores. Concluyo ya. La vida -ese otro nombre que Dios tiene- me ha enseñado que la mayor sabiduría es el amor, ese amor que se vuelve obra de bien para aquéllos que comparten con nosotros la hermosa aventura -la hermosa ventura- de vivir. Otra cosa he aprendido en estos 70 años, muchos no bien aprovechados, pero vividos todos en plenitud de gozo: por encima de los quebrantos y dolores anejos al vivir, por sobre la soledad y el desamor, debemos buscar siempre ser felices. Y la mejor manera de ser felices es dar felicidad a los demás... Deo gratias... FIN.

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