He aquí una pesada broma que cualquiera de mis cuatro lectores puede jugarle a algún amigo. Cuéntele la siguiente historia: “Estos eran tres enanitos. Cierto día uno de ellos dijo a los otros dos: ‘Creo que de todos los hombres del mundo yo soy el que tiene las manos más pequeñas. Iré a Londres; visitaré el edificio de Guinness World Records Ltd. (184-192 Drummond Street, 3rd Floor); y pediré a quienes hacen el libro de récords que den constancia de que tengo las manos más pequeñas del mundo’. Hizo el viaje, en efecto, el enanito y dos semanas después regresó lleno de júbilo. ‘¡El señor Guinness me dio el certificado! -anunció feliz-. ¡Soy el hombre que tiene las manos más pequeñas del mundo!’. El segundo enanito dijo entonces: ‘Yo creo que de todos los hombres de la Tierra soy el que tiene los pies más pequeñitos. Viajaré también a Londres y pediré a quienes hacen el Libro de Récords de Guinness que certifiquen que tengo los pies más pequeños del mundo’. Viajó, en efecto, el enanito a Londres y regresó a las dos semanas saltando de felicidad. ‘¡El señor Guinnes me dio el certificado! -dice con alegría a sus amigos-. ¡Soy el hombre que tiene los pies más pequeños del mundo!’. Dice entonces el tercer enanito: ‘Yo creo que entre todos los hombres del planeta yo soy el que tiene el pitochín más chico. Iré a Londres, como ustedes y veré al señor Guinness para que haga constar que soy el hombre que tiene el pitochín más chico del mundo’. Viajó a Londres el enanito y regresó a las dos semanas. Le preguntan sus compañeros: ‘¿Te dio el certificado el señor Guinness? ¿Eres el hombre que tiene el pitochín más chico del mundo?’. “No, -responde mohíno el enanito-. Tengo sólo el segundo lugar. ¿Quién diablos será un tal....”. ¡Y aquí diga usted el nombre de su amigo! El lacerado se quedará como quien ve visiones, sobre todo al escuchar la estrepitosa carcajada con que todos celebrarán la broma. Eso sí: de inmediato póngase usted a buen recaudo para escapar de la iracundia de su amigo, pues cualquier hombre estará dispuesto a perdonar que alguien le diga que tiene vista corta, o memoria corta, o inteligencia corta, pero ninguno admitirá que tiene corta aquella parte que les platiqué. Todos deberíamos aprender de John Barrymore, famoso actor de cine y teatro. La naturaleza lo dotó pródigamente en la sección relativa a la entrepierna, pero él no gustaba de hacer jactancia de ese don. Decía: “No quiero presumir de algo en que muchos hombres me igualan y cualquier asno me supera”. ¡Seamos humildes también nosotros, paisanos míos de Saltillo! “Ubi humilitas ibi sapientia”. Donde hay humildad hay sabiduría... Mucho le está costando al jefe de Gobierno del Distrito Federal el desastrado asunto del antro New’s Divine. El burdo manejo político que Ebrard ha hecho de ese caso le ha atraído críticas de tirios y troyanos (sobre todo de troyanos, dicho sea sin menosprecio de los tirios). Debe confiarse ahora a la mala memoria de la gente, pues hoy por hoy sus bonos valen menos que los de la deuda guyanesa y su estatura política se mira a la altura del betún. Tornadiza y veleidosa es la fortuna y le ha dado la espalda al gobernante del DF. ¿Alguna vez volverá a mostrarle el rostro? Esperemos el próximo capítulo... El especialista en sexualidad humana dijo en su conferencia que Kinsey había registrado el caso de una mujer que tuvo varias decenas de orgasmos en una sola sesión amorosa. “Extraordinario -comenta una de las presentes-. ¿Quién era ella?”. “¡Olvídate de quién era ella! -exclama otra-. ¡¿Quién era él?!”... Le cuenta una señora a su vecina: “Mi marido está furioso conmigo. Encontró mis píldoras anticonceptivas”. Pregunta con extrañeza la vecina: “¿Y por eso está furioso?”. “Sí -confirma la señora-. Hace cinco años se hizo la vasectomía”... FIN.