Aquella pareja estaba pasando su luna de miel en Cancún. Le dice la insaciable noviecita a su exhausto, agotado y exánime marido: “¡Pero, Feblicio! 2 mil pesos nos está costando el cuarto cada día ¿y tú quieres tomarte un descanso?”... La adivinadora de la suerte le informa a la muchacha: “Pronto llegará a tu vida un hombre rubio y de ojos azules”. “¿De veras? -se entusiasma ella-. ¿Cuándo?”. Responde la mujer: “Eso podrá decírtelo mejor tu ginecólogo. Yo lo único que sé es que estás embarazada”... Aquella joven mujer trabajaba en una guardería. Le dice su marido: “No sé qué te pasa, pero nomás empiezan las vacaciones te noto inquieta, preocupada”. “Tienes razón -responde ella-. Me angustio pensando que mis pobrecitos niños están solos con sus mamás”... Si queremos dejar de ser un país del tercer mundo -me pregunto si aún seguimos en ese mundo, o si hemos bajado ya al cuarto o quinto- debemos reunir condiciones que ahora no cumplimos. La primera es hacer de México un estado de derecho. No lo es. Aquí reina la inseguridad porque siempre ha reinado aquí la impunidad. La segunda es hacer que México sea un país habitado por gente con educación. No lo es. La calidad de la educación en México es muy baja. Finalmente México debe ser un país donde la creación de empleos no sea estorbada por toda suerte de reglamentaciones y por una legislación laboral paternalista y obsoleta que parece diseñada más para cerrar las fuentes de trabajo ya existentes que para permitir que se creen otras nuevas. Dichas las cosas de manera más gráfica y sencilla: lo que México necesita se sintetiza en varios términos cuyos nombres comienzan todos con la letra ele: leyes, libros y leyes laborales limpias... El cazador llega muy nervioso al campamento. Llama aparte a uno de sus compañeros y le pregunta: “Dime: ¿llegaron ya todos los muchachos?”. “Sí, -responde el otro-. Todos están ya aquí”. “¿Y los guías?”. “Llegaron también, junto con ellos”. “Dime: ¿y los perros?”. “Ya están todos aquí, también”. “¿No falta ningún caballo?”. “No falta ni uno solo”. “¿Y no ha venido alguien a quejarse por la muerte de un burro o de una vaca?”. “No, no ha venido nadie”. El cazador toma del brazo al compañero y le dice con voz emocionada: “Entonces ven conmigo. ¡Creo que maté un venado!”... El juez le pregunta al acusado: “¿Cómo puede usted probar que estaba ebrio cuando hirió a su señora suegra?”. Replica el individuo: “Porque le tiré como 20 piedras, y sólo con una le atiné”... Contaba un señor de edad madura: “Allá en tiempos de nuestra juventud los amigos de mi edad copulaban con todo lo que se movía. Yo, sin embargo, nunca vi razón para limitarme así”... Después del trance amoroso la muchacha le dice a su galán: “Yo recibí una educación muy rigurosa. Jamás pensé que llegaría a practicar el sexo prematrimonial”. “Esto no es sexo prematrimonial -le dice el galancete-. No tengo la menor intención de contraer matrimonio”... Un señor le confió a otro. “Mi esposa tiene un método anticonceptivo que nunca falla. Antes de ir a la cama se quita el maquillaje”... Aquel pobre infeliz de nombre Malsinado tenía muy mala suerte con el sexo femenino. Iba a una casa de mala nota, y todas las mujeres le decían que esa noche les dolía la cabeza... La mamá de Pepito llegó de la maternidad llevando en los brazos a su nuevo bebé. Pepito y su hermanita contemplaban arrobados a la criatura. De pronto la niña levanta la mirada y le pregunta a su mamá: “Mami: ¿y a dónde se fue la cigüeña después de que te trajo a Pepito, al bebito y a mí?”. La mamá se desconcierta al escuchar aquella súbita pregunta. Pero Pepito se apresura a contestarla: “¡Yo ya sé a dónde se fue! ¡Al pantalón de mi papá!”...
