Llegó don Astasio a su casa y, como de costumbre, encontró a su mujer en trance de coición con un sujeto. Fue al chifonier donde guardaba la libretita con palabras de peso para motejar a su esposa en tales ocasiones; regresó a la alcoba y le dijo con voz monótona de tenedor de libros: “Mesalina. Hetera. Maturranga. Zorra. Pendona. Furcia. Perendeca”. “¡Ay, Astasio! -responde ella con lamentosa voz-. ¡Te va mal en la oficina, y vienes a desquitarte conmigo!”... Nadie podrá negar que Manuel Camacho Solís es hombre inteligente. Y fue político brillante, lúcido, antes de que el resentimiento y la frustración lo ensombrecieran, cuando las cosas del poder no se dieron a su modo. Aun así puede prestar todavía grandes servicios al país si se decide a apegar sus actos a la ética, pues influye como una especie de maestro en figuras importantes de la escena pública. Actualmente, por desgracia, Camacho forma parte de lo falso que hay en la vida nacional. Mejor que nadie él sabe que la consulta popular sobre el petróleo -ésa que se va a hacer en el Distrito Federal- es una farsa. Las preguntas en que se basa el ejercicio son tendenciosas, e inducen las respuestas que los organizadores del amañado plebiscito quieren conseguir. Además hay mentiras en sus planteamientos. Con eso se pretende dar una base supuestamente popular a un dogma mantenido contra todos los argumentos por un sector atado a concepciones obsoletas, a un statu quo de corrupción e ineficiencia que absurdamente se busca perpetuar. A la mentira sirven también los llamados “auditores” que prestan sus nombres para dar visos de legitimidad a esa simulación. Un auditor es, por esencia, un perito imparcial, objetivo, que busca la verdad y la presenta como es. En este caso la imparcialidad, la pericia y la objetividad no existen; los convocados son militantes de una causa, y por serlo han abdicado de su independencia de criterio, de su autonomía, y aun de su libertad, que han entregado a un partido, a una corriente ideológica, a una facción. El intelectual no debe tener otro compromiso que con la verdad. Su pertenencia o sujeción a un grupo político cualquiera contamina su pensamiento, y disminuye o anula su capacidad de juzgar sin ataduras o prejuicios. Los intelectuales han de cuidar su independencia aun frente a los demás intelectuales, para que el sentido de grupo -de tribu- no suprima en ellos la individualidad que permite mantener puntos de vista propios, no inspirados por un esnobismo lindante con la cursilería, por lo políticamente correcto, o por el temor de aparecer como traidores a una causa. Termino esta larga perorata con una solemne declaración de Perogrullo: México no podrá vivir en la verdad mientras los mexicanos sigamos viviendo en la mentira... Digna es esa frase, columnista, de inscribirse en bronce eterno o mármol duradero. Cumplida está por hoy tu misión de orientar a la República. Bien puedes ahora contar un chascarrillo final que sede la inquietud que tus palabras han causado al territorio nacional, incluidos el espacio aéreo, el zócalo submarino y la plataforma continental... El papá de Pepito, hombre metódico, lo enseñó a hacer pipí siguiendo una serie de pasos ordenados. Le mostró esos pasos: “Uno: baja el zipper de tu pantaloncito. Dos: saca tu cosita. Tres: haz hacia atrás la pielecita. Cuatro: haz pipí. Cinco: vuelve a hacer la pielecita hacia adelante. Seis: guarda tu cosita. Siete: sube el zipper de tu pantaloncito”. Un par de horas después la hermana de Pepito va con su papá y le dice: “Pepito está encerrado en el baño, y no quiere salir”. “Déjalo, hijita -responde el señor-. Está aprendiendo a hacer pipí”. “No -dice la niña-. Lo único que está haciendo es repetir muy aprisa una y otra vez: ‘¡Tres cinco, tres cinco, tres cinco, tres cinco, tres cinco..!’”... (No le entendí)... FIN.