Jactancio, joven presumido, pasó en el bar al lado de una chica. Le dijo con acento seductor: “Con permiso, guapa”. No se dio cuenta de que junto a la muchacha estaba su novio, un tipo de 2 metros de altura. El toroso sujeto agarró por las solapas a Jactancio y le gritó en la cara: “¿Cómo dijiste, imbécil?”. Tragando saliva responde el insolente: “Dije: ‘Con permiso, guapa... sar”... Le pregunta un tipo a otro: “¿De qué murió tu abuelo?”. Responde el otro: “Lo mató el peso del tiempo”. “¿El peso del tiempo? -se extraña el que preguntaba-. Será el paso”. “No, el peso -confirma el otro-. Se cayó un reloj de pared, y él estaba abajo”... En la quietud del paisaje iluminado por pensativa luna vagarosa, se inclina Babalucas sobre su novia y le dice con voz ensoñadora: “Me pregunto una cosa, Filarmina: los pajaritos lo hacen; las abejitas lo hacen.... ¿Por qué no lo podemos hacer tú y yo?”. “¿Qué?” -pregunta ella con emoción dispuesta a todo. Responde el badulaque: “Volar”... Este día es el cumpleaños de Saltillo, mi ciudad. Su fiesta es la de Santiago -Sant Yago-, el mismo apóstol que en Compostela es venerado. En el altar mayor de nuestra hermosa catedral hay una inscripción latina: “Sancto patrono Iacobo dicatum”. “Dedicado (el templo) al santo patrono Santiago”. En lengua hebraica Jacobo quiere decir algo así como “suplantador”. En efecto, Jacob suplantó a su hermano Esaú. Se hizo pasar por él, y obtuvo la bendición que Isaac, el padre, reservaba para su primogénito. En mi ciudad el suplantador ha sido suplantado. Ningún saltillense habrá que diga que Santiago es el patrono de Saltillo. Toda la devoción del pueblo va a la preciosa imagen del Señor de la Capilla, un Santo Cristo de doliente hermosura, sereno y manso en su agonía. Su fiesta es el 6 de agosto, fecha religiosa la mayor en mi ciudad. Sin embargo yo celebro también la fiesta de Santiago porque nuestro Santiago no es el pugnaz y belicoso jinete mata moros, sino el andante peregrino de capa con escalvina y con venera, sandalias y bordón. Tengo algo de él, por este continuo caminar que mi vida es. También yo soy un homo viator, un hombre que camina. Voy en busca de esa patria final que ya adivino cerca. Mientras camino -este día también voy caminando- le canto Las Mañanitas a Santiago. Quizá sus notas lleguen hasta Compostela y se acompasen con el botafumeiro, y despierten al adormilado Maestro Mateo en el umbral del majestuoso Pórtico. Van desapareciendo las fiestas profanas y religiosas, aquéllas de la gente que aún se daba tiempo para vivir. Yo me fabrico esta íntima fiesta, y voy junto al apóstol caminante por el sendero que lleva al campo de la estrella... Le cuenta una muchacha a su amiga: “Mi novio tuvo un accidente. Durante dos meses no podremos ir al cine”. “¿Por qué? -pregunta la amiga-. ¿El accidente le afectó la vista?”. “No, -replica la muchacha-. Pero le enyesaron las manos"... Rinócero era un hombre tremendamente gordo. El médico le impuso una dieta draconiana, y le quitó más de 50 kilos. Surgió un problema, sin embargo: a Rinócero la piel le quedó toda colgante, como funda de tololoche. El doctor recurrió a un expediente radical: le levantó el pellejo, se lo amarró por encima de la cabeza con un nudo, y le cortó lo que sobraba. Algunos días después Rinócero fue a una fiesta. Le dice una muchacha: "Qué bueno que saliste bien de la operación, pero te quedó un granito en la nariz”. “El granito es mi ombligo -contesta Rinócero, mohíno-. Y eso no es nada: échale un segundo vistazo a mi corbata". (No le entendí)... FIN.