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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

A ese tipo le decían “El Genio”: se aparecía tan pronto alguien abría la botella. Cierto día El Genio llegó a su casa a altas horas de la madrugada. Iba que rodaba de borracho. “¡Cabrísimo grandón! -le grita su mujer hecha una furia-. ¡Te dejé ir a esa reunión con tus amigotes porque me dijiste que era de 8 a 10!”. “De 8 a 10 botellas, viejita” -precisa el temulento... Dulcilí le reclamó a su amigo: “Eres un mentiroso, Pitoncio. Me dijiste que tu coche era convertible, y no lo es”. “Sí lo es -confirma Pitoncio-. Dime: ¿eres señorita?”. “Sí” -contesta desconcertada Dulcilí. Le dice Pitoncio: “Súbete al coche, y te convertiré en señora”... Un reportero escribió al hacer la crónica de un accidente: “... La conductora del automóvil resultó con lastimaduras en las tetas”. Le dice su editor: “Eso de ‘las tetas’ no suena nada bien. Busca la forma de expresar la idea sin usar esa expresión”. Puso el reportero: “... La conductora del automóvil resultó con lastimaduras en las (.) (.)”... Cuando se trata de invertir para crear una empresa, en México hay que arreglarlo todo porque hay demasiadas reglas. Hay un exceso tal de reglamentaciones que es imposible cumplirlas todas. Entonces el empresario debe rodear esa balumba de reglamentos y tomar la vía corta. La vía corta, ya lo sabemos, es la corrupción. Todo se arregla echando mano a eso que desde la época de la Colonia los españoles llamaron “el unto mexicano”, otro nombre de lo que hoy se llama “la mordida”. Mientras más leyes hay, más difícil es cumplirlas. Eso lo saben los juristas desde el tiempo de los romanos. Ojalá se emita en México un nuevo reglamento que prohíba que haya tantos reglamentos... Don Picio era muy feo. En misa el padre Arsilio lo usaba como ejemplo: “A ver, don Picio, póngase de pie y dése la vuelta para que todos puedan verlo”. Y luego: “¿Ya ven, hijos míos, lo feo que es don Picio? ¡Pues el pecado es más feo todavía!”. En cierta ocasión este señor don Picio fue al zoológico. Desde su jaula lo vio un chango. El mico le habló a don Picio, y le pidió con suplicante voz: “¡Preséntame a tu abogado, hermano, a ver si me saca a mí también!”... El famoso vaquero bajó de su veloz caballo, Silver, y acercándose con ondulante paso al robusto indio le dijo con delicada voz: “Quiero que me comprendas, por favor, piel roja. Soy un Llanero muuy Solitario”... El profesor de Gramática llegó a su casa y encontró a su mujer en plena actividad coital con un desconocido. Ella, llena de confusión, empezó a balbucir aturrullada: “Yo... Tú... Él... Nosotros...”. “Por favor, Mesalina -la interrumpe con enojo el profesor-. Los pronombres personales déjalos para después. Primero vamos a discutir esta conjunción copulativa”... Murió el eminente filósofo, luminaria del pensamiento actual. Uno de sus discípulos le preguntó a la viuda: “¿Pronunció el maestro al morir algunas palabras dignas de ser recogidas por la Historia?”. Responde la mujer: “No sé si esas palabras sean dignas de ser recogidas por la Historia, pero lo último que dijo fue: ‘¡Ah, chingao; ah, chingao!”‘... Viene ahora un cuento de color subido cuya lectura las personas púdicas deben evitar... Una adolescente sentía la curiosidad propia de su edad, y le pidió a su mamá que le explicara cómo es el atributo del varón. “Te lo diré, hija mía -responde la señora-. De los 20 a los 40 años, es como un roble: fuerte y poderoso. De los 40 a los 60 es como un álamo: flexible, y aun así confiable. De los 60 en adelante es como un árbol de Navidad al terminar las fiestas”. “¿Cómo?” -se desconcierta la hija. Explica la señora: “Marchito y apagado, y las esferas le sirven de adorno nada más”... FIN.

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