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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Le cuenta un señor a otro: “Tengo una hija que se llama Águila”. “¿Águila? -se sorprende el otro-. No es un nombre muy usual. ¿Por qué se llama así?”. Explica el señor: “Una noche yo quería sexo, y mi señora no. Para decidir si lo hacíamos o no echamos una moneda al aire. Y salió Águila”... Un hombre rico y excéntrico incluyó en su testamento a un rabino judío, un sacerdote católico y un pastor protestante. A los tres les dejó un mensaje que los llenó de confusión. Decía el mensaje: “Ustedes me exhortaron siempre a no dar importancia al dinero. Continuamente me recordaban que no me llevaría nada a la tumba. Quiero probarles ahora que estaban equivocados. Mi abogado entregará a cada uno de ustedes un sobre con un millón de pesos en efectivo. El día de mi sepelio los tres deberán echar ese dinero en mi ataúd. Así sabrán que me he llevado algo a la tumba”. Efectivamente, los tres hicieron lo que el extravagante sujeto había dispuesto: el día de su funeral, en presencia de todos los dolientes, echaron su respectivo sobre en el ataúd del difunto. Al salir del cementerio el sacerdote y el pastor iban muy pensativos. Les pregunta el rabino: “¿Qué les sucede, amigos?”. Dice el pastor: “Tengo un remordimiento. No eché completo el millón. Tomé la tercera parte para mí”. “Yo hice peor -confiesa el sacerdote-. Me quedé con medio millón”. “¡Qué vergüenza, señores! -exclama el rabino con enojo-. ¡Jamás hubiera imaginado que fuesen ustedes capaces de una acción tan ruin!!”. Le preguntan los otros, apenados: "¿Usted sí echó a la tumba el millón completo?”. “¡Claro que sí! -contesta enfáticamente el rabino-. ¡Deposité todo el dinero en mi cuenta personal, y luego le hice un cheque al difuntito!”... La joven mujer policía estaba nerviosa y apurada. Un anciano caballero le preguntó qué le pasaba. “Es mi primer día de trabajo, señor -le dice la afligida chica-. Hubo un incidente de tránsito, y se formó una pequeña multitud de curiosos que no puedo dispersar. Dentro de poco pasarán mis superiores, y si ven esto voy a tener problemas”. “No te preocupes, hija -le dice el viejecito-. Déjame hacer a mí”. A los dos minutos, como por arte de magia, la turba se dispersó rápidamente. “¿Cómo le hizo, señor?” -le pregunta la chica con asombro. “-Muy fácil, hija -responde el ancianito-. Me eché un par de maromas en el suelo y luego pasé el sombrero entre la gente. No quedó nadie”... Pregunta la robusta dama en la zapatería: “¿De qué estilo son estos zapatos?”. Le contesta el empleado: “Son Luis Quince”. Dice la señora: “Me aprietan un poco. ¿No tiene un Luis Quince y medio?”... Todos los domingos aquel señor llevaba a su hija pequeñita a dar un paseo en coche mientras su esposa descansaba. Uno de esos domingos el señor se sintió enfermo, y fue la señora quien llevó a la niña a dar el acostumbrado paseo en automóvil. Cuando volvieron el señor les preguntó: “¿Cómo les fue?”. “¡Muy bien, papi!” -responde feliz la niña-. ¿Y a que no sabes qué? ¡En todo el paseo no vimos ni un idiota, ni un imbécil, ni un tarado!”... Un muchachillo de la calle le preguntó a un elegante caballero: “Perdone usted, señor: ¿qué horas son?”. El caballero se desabrocha el saco, lleva la mano al bolsillo del chaleco, saca de él un reloj de bolsillo con leontina y contesta: “Falta un cuarto para las 3”. “Gracias, señor -dice el chamaco-. Y otro favor quiero pedirle, si no es mucha molestia: a las 3 en punto vaya usted a tiznar a su madre”. Al decir eso el majadero muchachillo lanzó una estrepitosa carcajada y luego echó a correr como alma que lleva el diablo. El señor buscó apresuradamente a un policía y le dijo muy enojado: “Un grosero muchacho me pidió la hora, y cuando le informé que faltaba un cuarto para las 3 me dijo que a las 3 en punto fuera a tiznar a mi madre”. Responde el policía: “Y ¿cuál es la prisa, caballero? Todavía faltan 14 minutos”... Un marido y su mujer se vieron en apuros. “No veo otra solución, querida -le dice él-. Tendrás que vender tu cuerpo para remediarnos”. Esa noche ella salió temprano de su casa. Volvió cuando ya iba a amanecer. Traía 3 mil 100 pesos”. “¿3 mil 100 pesos? -se extraña el individuo-. ¿Quién te dio los cien pesos?”. Contesta desfallecida la señora: “¡Todos!”... (¡Desventurada! ¡Si no hago mal las cuentas fueron 31!)... FIN.

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