En su noche de bodas la recién casada estaba algo nerviosa. “¡Mira! -le dice a su flamante maridito-. ¡Hasta me tiemblan las piernas!”. “Es natural -la tranquiliza el novio-. Se van a separar”... Llegó doña Gorgolota a su casa y oyó ruidos extraños en el sótano. Bajó y encontró a su marido rodeado de mujeres despampanantes con las cuales bebía, bailaba y etcétera. Sobre todo etcétera. “¿Qué es esto, Leovigildo?” -le grita hecha una furia. Responde el individuo: “¿Quién te entiende, Gorgolota? ¿No me dijiste que ahora que me jubilé debía buscarme un hobbie?”... Después de examinar a su paciente -una preciosa morena de opimo caderamen- el joven médico le dice: “No tiene usted nada, señorita Granderriére. Solamente necesita un poco de descanso. Vaya a su casa, desvístase y métase en la cama. Tome dos de estas pastillas. Le producirán algo de mareo; le alterarán un poco el sentido de la realidad, y la harán decir que sí a todo. Por eso no conteste llamadas telefónicas. Sobre todo, a nadie le abra la puerta hasta que escuche tres toques rápidos seguidos de dos lentos”... ¡Cuánto daño le ha hecho a México el sindicalismo desvirtuado! Los malos sindicatos y sus líderes han sido rémora que ha retrasado el desarrollo del país, y lo sigue retrasando. Fuentes de corrupción, esas organizaciones no son para la defensa de los trabajadores: antes bien los han aherrojado con instrumentos tales como la tristemente célebre cláusula de exclusión. Por ese inmoral sindicalismo el trabajador queda sujeto al arbitrio caprichoso de quienes mangonean su sindicato, y el empresario debe tener contentos a los líderes si no quiere que sus empresas sufran daño. Lo mismo puede decirse de muchos sindicatos de empresas públicas, o que afilian a trabajadores del Estado. En estos casos somos los ciudadanos quienes sufrimos las consecuencias de un sindicalismo mal entendido y peor ejercitado. Yo alabo los beneficios que derivan de un sindicalismo que sirve en verdad a los trabajadores y no hace de ellos instrumentos para conseguir poder o dinero. Contrariamente, creo que los malos sindicatos son enemigos de México y de los mexicanos. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado... Don Cornulio vio en el periódico una atractiva oferta de viaje. Llamó por teléfono a su esposa y le preguntó: “¿Qué te parecería, linda, una semanita en Cancún; en hotel de cinco estrellas, todo pagado?”. “¡Encantada! -responde la señora-. ¿Quién habla?”... Suena el teléfono y levanta la bocina Empédocles, el borrachín del pueblo. Pregunta una voz: “¿Está Pedro?”. “¡Se equivoca usted, señor mío! -tartajea con enojo el temulento-. ¡Estoy perfectamente sobrio!”... Thomas Alva Edison, el genial inventor, estaba en trance de fornicio con una señora casada, en el domicilio de ella. De pronto oyeron que la puerta de la calle se abría, y entraba alguien. “¡Mi marido! -exclama llena de susto la señora-. ¡Rápido, Tommy! ¡Tú que eres inventor, inventa alguna explicación!”... Llegó un sujeto con el médico. El facultativo se quedó espantado: el individuo traía clavada una hacha en la cabeza, como San Pedro Mártir. “Doctor -pide el sujeto con quejumbrosa voz-. Quiero que me revise los éstos. Los traigo inflamados”. “¿Los éstos? -exclama estupefacto el médico-. ¡Amigo, su problema es esa hacha que trae clavada en la cabeza!”. “Precisamente, doctor -dice el sujeto-. Cada vez que estornudo me golpeo los éstos con el mango”... FIN.