Tres señoras hablaban del comportamiento amoroso de sus respectivos maridos. Dice la primera: “El mío es consejero matrimonial. Antes de hacerme el amor me da un ramo de flores y una caja de chocolates. Eso me gusta mucho”. Dice la segunda: “El mío levanta pesas. Me hace el amor con energía y fuerza. Eso me gusta mucho”. Dice la tercera: “El mío es publicista. Se pasa todo el tiempo sentado al borde de la cama diciéndome lo mucho que me va a gustar cuando me haga el amor”... La india piel roja le dice con alegría a su novio: “¡Una buena noticia, Pitohawk! ¡Ya no serás El Último de los Mohicanos!”... Libidiano, galán concupiscente, le pidió a Dulcilí, muchacha de buenas familias, la entrega del íntimo tesoro que ella guardaba incólume para entregarlo la noche de sus nupcias al hombre al que daría el dulcísimo título de esposo. Ella rechazó la petición. Le dijo muy indignada al salaz tipo: “¡No soy una mujer pública!”. Replica él: “Lo haremos en privado”... Caperucita Roja y el Lobo Feroz estaban unidos en estrecho abrazo entre los árboles del bosque. Terminado el trance ella vuelve a ponerse su capita roja y le dice al lobo: “Perdóname si corrí al principio. Es que creí que habías dicho: ‘¡Te voy a comer!’”... El recién casado llegó a su casa y encontró a su flamante mujercita en plena coición con un sujeto. Antes de que el desolado joven pudiera pronunciar palabra le dice ella: “Siempre te dije que mi corazón te pertenece, Astilio, pero al resto de mi cuerpo no hice nunca ninguna referencia”... Comentaba Pirulina hablando de su novio, Simpliciano: “Es sumamente tímido. Hasta la cuarta vez que lo llevé al motel se animó a pedirme aquello”... En la cantina el solitario individuo bebía su copa en la barra. Le dice al cantinero: “Las cosas con mi mujer no marchan bien. Los dos somos muy egoístas”. “Procuren no serlo -sugiere el tabernero-. El matrimonio es una relación de toma y daca”. Responde el individuo: “Así es nuestro matrimonio, una relación de toma y daca. Pero sólo por mitad: yo tomo, y mi mujer no daca”... Doña Macalota sorprendió a su esposo fornicando con la linda criadita de la casa. Furiosa, le pregunta a la mucama: “¿Qué haces en la cama con mi marido?”. El tipo se vuelve hacia la azorada criadita y le dice con tono de severidad: “Respóndele a la señora, muchacha: ¿qué haces en la cama con su marido?”... Estaban ya los novios al pie del altar, e iban a pronunciar los votos que los unirían para siempre como marido y mujer, cuando algo horrible sucedió: se desprendió el gran candelabro de la cúpula, y cayó sobre ellos. Antes de que pudieran darse cuenta de lo que había sucedido se encontraron los dos en las puertas del Cielo. San Pedro los recibió, y les dijo que por su amor los admitiría en la morada de la eterna bienaventuranza. Pregunta la muchacha: “Pero ¿podremos casarnos en el Cielo?”. El portero celestial se rasca la cabeza. “Sinceramente no lo sé -responde con franqueza-. Jamás se me había presentado un caso así. Voy a averiguarlo. Mientras tanto entren ustedes, y siéntanse como en su casa”. Pasó un año, y San Pedro no regresó con la respuesta. Pasaron dos años, tres y cinco, y el apóstol no volvía. Por fin, después de siete años, trajo la contestación: “Sí pueden ustedes casarse”. Pregunta el novio, inquieto: “Pero, dime: si las cosas no marchan bien ¿podremos divorciarnos en el Cielo?”. “¡No manches! -responde San Pedro con enojo-. ¡Tardé siete años en encontrar un cura aquí! ¿Tienes idea de cuánto tiempo me tomaría hallar un abogado?”... FIN.