Avaricio Matatías, sujeto ruin y cicatero, fue llevado ante la autoridad: una mujer del pueblo lo acusaba de abuso sexual. Dijo la acusadora al juez: “Este individuo me llevó a su casa, me emborrachó, y luego obtuvo de mí por fuerza lo que por libre voluntad no le habría dado”. “Ya veo -dice el juez-. ¿Qué clase de licor le dio para embriagarla?”. “Ninguno -responde la mujer-. Me emborrachó dándome vueltas”... En otra ocasión don Avaricio se refociló con una chica de tacón dorado. Al terminar el trance le hizo un cheque y se lo entregó. Le dijo: “Y si la próxima vez lo haces mejor, te lo firmaré”. Otro día le pidieron una aportación para la nueva alberca de la escuela donde sus hijos estudiaban, y ofreció aportar dos tinas de agua)... Himenia Camafría, madura señorita soltera, llegó con una hora de retraso a la cita que tenía para merendar con su amiguita Solicia Sinpitier, célibe como ella. “¿Por qué llegas tan tarde? -le preguntó Solicia. Responde Himenia: “Un hombre empezó a seguirme”. “Y fuiste a la policía” -dice la señorita Sinpitier. “No -contesta Himenia-. El hombre caminaba muy despacio”... Los agentes de bienes raíces en San Antonio, Texas -me cuenta un amigo-, están llenos de asombro y de contento por el gran número de familias mexicanas que han llegado a establecerse ahí, y que han comprado una casa o algún departamento. Ese dato tan simple es manifestación del miedo que ha cundido en México por causa de la inseguridad en que vivimos. La ley es letra muerta aquí, y ya la impunidad no es la excepción, sino la regla. Es una pena que un país tan hermoso como el nuestro se haya vuelto inhabitable; para unos, por la pobreza; para otros, por las consecuencias que de esa pobreza suelen derivar. Y aun así quienes tienen poder de decisión nada hacen para tomar medidas que modernicen a México, permitan la creación de empleos, generen mejores condiciones de vida para los mexicanos pobres y propicien el desarrollo del país. Antes se nos decía que vivíamos en una nación del tercer mundo. A como están las cosas, seguramente vivimos ahora en uno del octavo mundo, o del noveno... El presidente de un país occidental visitó una pequeña república africana. Su homólogo lo llevó al zoológico, orgullo nacional, y le mostró una jaula donde estaban juntos un feroz león de melena negra y una ovejita blanca. Le dice al presidente: “He aquí nuestro ejemplo de coexistencia pacífica”. Opina el visitante: “Parece funcionar muy bien”. “Así es -responde el anfitrión-. Claro, cada mañana tenemos que poner una ovejita nueva”... Un granjero fue a visitar a su amigo, el dueño de la granja vecina. No lo halló. Le dice la esposa del granjero: “Precisamente fue a buscarlo a usted. Necesita que le preste su caballo semental, porque el que tenemos nosotros dejó ya de funcionar: no quiere nada con la yegua”. “¿Que no funciona ese caballo? -se extraña el visitante-. A ver: présteme un cepillo duro, de alambre si es posible”. La mujer trajo un cepillo como el que le pedía el recién llegado, y éste frotó con vigor el lomo del caballo. Al punto el animal entró en estado de gran excitación, y procedió luego a cumplir en forma competente su deber con la yegua. Pasaron unos días, y los dos granjeros se encontraron. “Fui a buscarlo -comenta el primero- porque mi caballo semental ya no funciona, y fui a pedirle el suyo”. El otro se extraña. “Sí funciona -le dice-. ¿No le contó su esposa? Le froté el lomo al caballo con un cepillo de alambre, y funcionó perfectamente”. “¡Ahora entiendo! -exclama el otro con enojo-. ¡Por su culpa mire cómo me tiene mi mujer la espalda!”... FIN.