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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

La señora despertó en su cama a medias de la noche. Le dice a su marido, que estaba acostado a sus espaldas: “Pitoncio: me estás haciendo el amor ¿verdad?”. “No -responde el tipo-. ¿Cómo voy a hacerte el amor, si estás dormida?”. “¿Cómo puedes negarlo? -insiste la señora-. Me estás haciendo el amor. ¿Acaso crees que no siento?”. “Te digo -repite el esposo-, que no te estoy haciendo el amor”. “Claro que me lo estás haciendo -vuelve a afirmar ella-. No me tomes por una tonta”. “Está bien -reconoce por fin él-. Sí te estoy haciendo el amor. Pero ya me voy a quitar”. “¡No te quites! -pide ella apresuradamente acomodándose bien-. Eso no me disgusta. Lo que me molesta es que me lleves la contraria”... Dos compadres bebían en un bar. Uno de ellos se veía triste. “¿Qué le sucede, compadre? -le pregunta el otro-. Lo veo muy apesadumbrado. Tenga confianza en mí, y cuénteme lo que le pasa”. El compadre, tras vacilar un poco, decide sincerarse. “Es su esposa, compadre” -dice apesadumbrado. “¿Mi esposa? -se inquieta el otro-. ¿Qué pasa con mi esposa?”. Replica el compadre: “Sospecho que nos está engañando”... Malos tiempos son éstos para la política. Ese quehacer, entiendo, ha de servir a los demás: es la mayor oportunidad de hacer el mayor bien al mayor número de personas. Y sin embargo los malos políticos han hecho que en México la política esté convertida ahora, con frecuencia, en bajo menester de ganapanes; en arte de granjería y venalidad; en búsqueda de chambas y canongías para perdularios. No hay en muchos políticos vocación de servicio, sino afán de servirse, de medrar con cargo a la nómina y al presupuesto. Así las cosas, en nuestro país no hay política, sino politiquería. Los partidos son agencias de colocaciones; los empleos públicos se distribuyen como premios o dádivas a los allegados. Y sin embargo no debemos entregarnos a la desesperanza. Las generaciones venideras serán mejores que ésta -lo vemos en nuestros hijos y nuestros nietos-; no podrán perdurar los vicios y lacras que hoy por hoy lastiman a la vida nacional. Y ya no digo más, porque no quiero caer en el abatimiento que doblega el ánimo. A estas alturas de la vida cualquier doblegamiento me atribula... Un viejecito estaba hablando por teléfono desde su casa, y se cortó la comunicación. “¡Operadora” -grita el anciano con enojo-. ¡Vuelva a poner en la línea a la persona con la que estaba hablando!”. Le dice ella: “Lo siento, señor, pero deberá usted marcar el número otra vez”. “¡Cómo! -se indigna el veterano-. ¡Ya había marcado el número!”. “Tendrá que marcarlo de nuevo” -insiste la operadora. El ancianito estalla. "¿Sabe qué? -le dice-. ¡Póngase el teléfono donde le quepa!”. Y así diciendo colgó violentamente. Al día siguiente dos forzudos sujetos llamaron a la puerta del viejito. Le anuncian: “Venimos a llevarnos su teléfono”. “¿Por qué?” -se inquieta el señor. “Ayer insultó usted a nuestra operadora número 28. Si no le pide una disculpa nos llevaremos el aparato”. El viejecito va al teléfono y marca un número. “¿Es la operadora número 28?” -pregunta. “Sí -responde con tono seco la mujer-. Dígame”. “¿Recuerda usted -le pregunta el viejito- que ayer le dije que se pusiera el teléfono donde le cupiera?”. “Lo recuerdo perfectamente” -replica con agrio tono la mujer. Replica el ancianito. “Pues prepárese, porque ya se lo van a llevar"... Un hombre pidió ser admitido en el campo nudista. Le dijeron que la condición para ingresar era que no mostrara excitación alguna a la vista de las hermosas socias del club. Para eso sería sometido a una prueba. Al día siguiente un amigo del solicitante le preguntó si había pasado el examen. “No lo pasé -responde con tristeza el otro-. Estaba muy duro”... (No le entendí)... FIN.

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