En España oí contar de un andaluz que murió y se fue al Cielo. Había sido siempre alegre, de humor festivo, jaranero, y quienes son así gozan en vida, y luego de la vida, la gloria celestial. Así, cuando el andaluz llegó a la morada de la eterna bienaventuranza fue admitido por San Pedro sin más trámite. Pero sucedió algo extraño: el andaluz se aburría en el Cielo. Le hastiaban los cantos de los coros celestiales y los monótonos arpegios de las arpas de los ángeles; lo llenaban de tedio las continuas alabanzas de los serafines, los arcángeles y los querubines; le cansaban las preces de las vírgenes, los mártires y los confesores; lo hartaba la extática contemplación en que pasaban la eternidad los santos. Él estaba acostumbrado al restallante colorido de la fiesta de toros; al jocundo alboroto de la taberna; al sinuoso meneo del flamenco en el tablao; al gozo de las verbenas populares, donde las cosas de Dios se hacían de los hombres, y las cosas de los hombres se volvían cosa de Dios. Así, el fastidiado andaluz fue con San Pedro, y le pidió permiso para dejar el Cielo. El apóstol de las llaves abrió la boca en gesto de admiración y pasmo: jamás en los anales de la Gloria se había sabido de alguien que renunciara a los deleites celestiales. Sabía bien San Pedro, sin embargo, que un paraíso a fuerzas no es nunca un paraíso, de modo que a más de abrir la boca abrió también la puerta. Por ella salió muy orondo el andaluz, y se perdió garbeando a la vuelta de una nube. Pasaron tres o cuatro días, y San Pedro sintió curiosidad de saber cómo le estaba yendo al hombre en el único lugar al que podía haber ido: el Infierno. Se dirigió, pues, el apóstol al averno de las llamas. Aun antes de llegar escuchó risas y gritos de alborozo. No había duda: el que reía y gritaba así era el andaluz. Llamó a las puertas de la infernal mansión, y se le abrieron. En una sala vio San Pedro al andaluz metido hasta el pescuezo en un perol de aceite hirviendo. En torno de él una caterva de enconosos diablos lo punzaban llenos de furia con sus picas y tridentes. Él, entre carcajadas, les gritaba maldiciones y los rociaba con aceite del perol, lo que aumentaba la iracundia de los demonios. Ve el andaluz al apóstol y le dice feliz y jubiloso: "¡Esto es, Pedrillo, lo que a mí me gusta! ¡El cachondeo!"... Esa palabra, "cachondeo", se usa en España para significar desorden, barullo, desbarajuste, falta de seriedad, relajo. Me valgo del cuentecillo, y digo que al parecer a nuestros legisladores también les gusta el cachondeo, a juzgar por el caos que impera siempre en sus sesiones, en las cuales todo se puede esperar, menos lo que se espera de ellos: que legislen para bien de la República. En países donde el cachondeo tiene prohibida la entrada, como Inglaterra, puede muy bien decirse: "El rey ha muerto. ¡Viva el rey!", porque las cosas suceden -y se suceden- con orden y regularidad. Aquí murió el régimen presidencialista, y no hubo nada que lo sustituyera, de modo que ahora imperan la anarquía y el desorden, vale decir el cachondeo. ¿Algún día saldremos de él y nos convertiremos en un país civil, civilizado? Y otra pregunta: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... Un tipo le contó a su compadre que había reñido con su mujer y que se había declarado en huelga de amor: no le hacía el amor a su señora. Esa tarde el tipo llegó a su casa y encontró a su mujer en estrechísimo abrazo con el tal compadre. "¿Qué es esto?" -pregunta el mitrado esposo con enojo. Responde el otro: "Aquí, compadre, haciéndole al esquirol"... Decía un empleado bancario hablando de una compañera de oficina: “Se ha acostado con todos los del banco, menos con el cajero”. Pregunta uno: “¿Por qué con el cajero no?”. Y contesta el empleado: “Porque es cajero automático”... FIN.