La personalidad de Ebrard es muy marcada. Consiste en no tener personalidad. No hablo, claro, de su apostura física, que es la de un galán de cine, ni hablo tampoco de sus trajes de lujo y sus accesorios de moda. Me refiero a su personalidad política, a la cual ha renunciado por mantener su obediencia a las tribus radicales del PRD y a su capitoste principal, López Obrador. Con esa actitud Ebrard está hipotecando su futuro político, si me es permitida esa expresión inédita. La encuesta realizada por el Grupo Reforma muestra muy claramente que el gobernante del Distrito Federal ha ido perdiendo popularidad entre sus gobernados y que no goza ya del nivel de credibilidad que antes tenía. Desde luego en el DF los números pueden cambiar de la noche a la mañana. Si un buen día don Marcelo amaneciera anunciando que va a poner en el Zócalo una montaña rusa como las de Disneylandia, seguramente su tasa de aprobación subiría como la espuma y los defeños lo considerarían un estadista a la altura de los más grandes que en el mundo han sido, excepción hecha de aquel Nuto -abreviatura de Canuto-, que se decía estadista porque cuidaba el estadio de beisbol municipal de San Juan de los Acebuches. Sujeto a tantas ataduras, Ebrard no brilla con luz propia y todas su acciones están condicionadas al dictado de sus mayorales. Eso le quita personalidad y lo coloca en situación difícil, pues no mueve ni el meñique por el temor de ser juzgado desleal. Sólo que su lealtad principal -la única, diría yo- pertenece a los ciudadanos que lo eligieron. A ellos dará cuenta de sus actos... ¡Brrr! Esta última frase, columnista, me causó un repeluzno de inquietud. Te diré lo que significa “repeluzno”, porque he notado que usas palabras cuyo significado no conoces. “Repeluzno” quiere decir escalofrío leve y pasajero. “Borborigmos” en cambio, son llamados los gruñidos de tripas producidos por el hambre o por determinados movimientos de la cavidad intestinal. Te lo digo por si alguna vez se te ofrece usar esa palabra, ciertamente de muy poco empleo, pero nadie sabe nunca qué palabra necesitará. En fin, cuenta ahora algunas historietillas tan inanes como todas las que suelen exornar tu columneja... El inspector escolar le dijo al director de la secundaria que debería dar a los muchachos clases de manejo, usando para ello el automóvil que la inspección escolar le daba a él para su uso. “Está bien -acepta el director-. Pero únicamente los martes y los jueves”. “¿Por qué?” -pregunta el inspector. Responde el otro: “Por que los lunes, miércoles y viernes usamos el coche para la clase de educación sexual”... Un señor de origen turco casó con una joven menor que él. Decía luego: “Cuando estoy triste me subo a la terrazita y eso me alegra”. Comenta uno: “Debe tener bonita vista”. El señor, entonces, llama: “¡Terrazita! ¡Ven para que te miren los señores!”. (¡No era la Terrazita donde se subía el turquesco señor! ¡Era la Teresita! Con razón se alegraba tanto)... Afrodisio fue a confesarse con el padre Pacorro, joven cura del lugar. Le dice: “Ayer estuve en la casa de mala nota, padre, e hice el amor con Nalgarina”. Le indica don Pacorro: “De penitencia tendrás que echar 10 pesos en la caja de la limosna”. Una semana después volvió Afrodisio a confesarse. “Estuve en la casa de mala nota -dice de nueva cuenta-, e hice el amor con Bustolina”. Prescribe el padre Pacorro: “De penitencia tendrás que echar 50 pesos en la caja de la limosna”. “Oiga, señor cura -reclama Afrodisio-. La semana pasada estuve con Nalgarina y usted me pidió nomás 10 pesos”. Replica escuetamente el confesor: “Con Bustolina se disfruta más”... FIN.