Cuando la patria duele es cuando hay que amarla más. Por estos días México es un dolor profundo. Lo acontecido en Morelia fue un acto de crueldad que clama al cielo; una acción de barbarie que cobró vidas de inocentes y puso luto en hogares de gente sencilla que tuvo la desgracia de ir a celebrar con júbilo una entrañable fiesta popular. Ante la amenaza del terrorismo todos los mexicanos hemos de estar unidos. Especialmente los partidos políticos deben hacer a un lado sus mezquinas pugnas, formar un solo frente con las instituciones -¿habrá alguien que ante lo sucedido siga mandándolas al diablo?- y respaldar de palabra y obra las acciones emprendidas por el Gobierno Federal y los gobiernos locales para combatir este terrible mal, una de las mayores lacras que pueden abatirse sobre la sociedad. Sólo juntos podremos resistir esta amenaza. Una casa dividida no puede prevalecer sobre sus atacantes. Predicar en estos momentos la discordia, la división, el enfrentamiento, la negación de la autoridad constituida, es propiciar un ambiente que favorece las acciones de quienes no van contra el Gobierno, sino contra la sociedad en su conjunto. En esta hora pensemos más en México, y en la gente que lo habita, que en intereses de partido o burdas ambiciones personales... Rosilí, muchacha que había guardado celosamente la flor de su virginidad -y el estuchito en que venía-, casó por fin con su novio de toda la vida. La noche de las nupcias él le advirtió, amoroso y comprensivo: “Voy a hacer algo, Rosilí, que quizá te asuste un poco. Es parte de la vida de casados, de modo que no te inquietes ni te agites. Más bien sí, agítate un poco, y verás que todo sale bien”. Todo salió bien, en efecto, tan bien que Rosilí le pidió a su maridito que la asustara una segunda vez. El muchacho, diligente, procedió a obsequiar su petición. Acabado ese segundo trance, Rosilí, extática, le pidió a su gentil galán que la asustara una tercera vez, pues le estaban gustando ya esos sustos. Él cumplió -ya con notable esfuerzo- esa tercera solicitación. Vencido y doblegado estaba ya el joven esposo después de aquellos tres combates amorosos, pero Rosilí quería más sustos, de modo que le pidió con vivas instancias a su maridito: “¡Asústame otra vez, mi vida!”. Él reunió sus últimas fuerzas, y con voz feble y desfallecido acento le dijo: “¡Bu!”... (Nota: Si el galán hubiese sido de Saltillo la habría asustado con algo más que con una interjección propia para asustar chamacos. En efecto, se atribuye a la cristalina linfa que fluye del Ojo de Agua de mi ciudad una mirífica virtud que no sólo magnifica y eleva las potencias masculinas, sino además las hace perdurar a través de los años, de modo que aun a los 70 -por poner un ejemplo- el varón saltillero puede causar repetidos sustos como aquéllos que con vehemencia pedía Rosilí)... Dos monjitas vestidas con sus largos hábitos negros iban por una estrecha calle. Caminaban muy juntas una de la otra, pues les daba miedo la soledad de la calleja. En eso venía un borrachito por en medio de la acera. A fin de no chocar con él una de las monjitas pasó por el lado derecho del beodo, y otra por el izquierdo. El temulento se quedó como quien ve visiones y luego dijo con asombro: “¡Uta! ¿Cómo le hizo?”... Le informa el mecánico al cliente: “Señor: su batería necesita un coche nuevo”... Don Frustracio movió en el lecho a su mujer, doña Frigidia, y le pidió tímidamente: “Tengo ganas de hacer el amor”. Responde ella con voz ácida: “¿Y para eso me despiertas? ¿Qué no sabes dónde están las cosas?”... FIN.