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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Doña Holofernes, esposa de don Poseidón, le pidió a su marido que la llevara a la ciudad, pues quería comprarse una faja. Su amiga doña Perola, se había comprado una, y ella no podía ser menos. Después de adquirir la dicha prenda los esposos buscaron alojamiento en un hotelito familiar. “¿Cama matrimonial o king size?” -les preguntó la chica de la recepción. “King size” -pidió sin vacilar doña Holofernes. Opuso don Poseidón: “Con una matrimonial tenemos. ¿Para qué queremos cama king size?”. Replicó su mujer: “Espera a que me quite la faja y lo sabrás”. Esa tarde doña Holofernes se sintió ligeramente acalenturada. Es explicable: al ponerse la faja su estatura aumentó 15 centímetros, y eso causó una elevación en su temperatura. Don Poseidón la llevó con un doctor, y éste determinó que la fiebre de la señora era de las llamadas cacoquímicas o hécticas, forma de discrasia con alteración de los humores causada por la intensa presión que ejercía sobre la masa corporal de la paciente la mencionada faja. El facultativo recetó un supositorio piretolítico a fin de hacer bajar la calentura de doña Holofernes. Ya en el hotel ella sintió dudas de pronto acerca de la eficacia del medicamento. Aunque pasaban ya las once de la noche llamó por teléfono a la casa del doctor, cuyo número venía en la tarjeta que el profesional le había dado. “Oiga -le preguntó-. Y con ese tal supositorio que me recetó ¿me aliviaré?”. “Esperemos que sí, señora” -respondió el galeno, molesto por la llamada a esa hora, y por la ociosidad de la pregunta. Poco después doña Holofernes sintió una nueva duda. Marcó otra vez el teléfono de la casa del facultativo, e inquirió: “Oiga: ¿y no tendrá el supositorio efectos secundarios?”. “Mire usted -respondió el médico, irritado-. Con el volumen de cuerpo que usted tiene, ya me daría yo de santos con que surtiera de perdido los efectos primarios”. Pasó media hora, y asaltada por otra inquietud doña Holofernes volvió a llamar por teléfono al doctor. “Oiga -le dijo-, ¿no habría sido mejor una indección?” (esa palabra usaba doña Holofernes en lugar de “inyección”). “Señora -replicó el médico ya al borde del estallido-, conozco el vademécum, y sé que en su caso el supositorio es el remedio más indicado”. (La palabra vademécum es muy linda. Viene de dos términos latinos: vade, que significa “ven”, y mecum, que quiere decir “conmigo”. Ven conmigo. El vademécum es un libro de poco volumen para consulta rápida. El de los doctores no es de volumen tan escaso, pues contiene la lista de los medicamentos aplicables a multitud de enfermedades). Ya con las seguridades que le dio el doctor se dispuso doña Holofernes a seguir la indicación del médico. Pero al sacar el supositorio de su envoltura no supo qué hacer con él. Le pareció muy grande para tomárselo. ¿Acaso había que partirlo en pedacitos, o molerlo? Aunque era cerca ya de la una de la mañana tomó otra vez el teléfono y llamó de nueva cuenta al médico. “Oiga, doctor -le preguntó-. Y ¿cómo se usa el supositorio?”. Doña Holofernes escuchó la respuesta que el médico le dio. Luego, consternada, se volvió hacia don Poseidón y le dijo con apuro: “¡Se enojó!”... El padre Arsilio oía la confesión de una muchacha. “Mi novio y yo estábamos en la sala de la casa -dice la linda chica-. De pronto él empezó a abrazarme y a besarme”. “¿Y luego? -se interesa el confesor. “Luego me puso la mano aquí”. “¿Y luego?” -se interesa más el padre Arsilio. “Luego me puso la mano acá”. “¿Y luego?” -pregunta el sacerdote con interés creciente. “Luego me acostó en el sofá?”. “¿Y luego, y luego?”. “Luego -dice la muchacha- llegó mi mamá”. Exclama el padre Arsilio con enojo: “¡Vieja metiche!”... FIN.

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