El tipo sacó a bailar a la muchacha. A la mitad de la pieza se dio cuenta sorprendido de que ella parecía hacerse más alta, y más alta, y más alta. “-Perdóname -le dice lleno de asombro-. ¿Por qué me da la impresión de que estás creciendo?”. Responde ella: “-Es que tengo una pata de palo, y me estás dando las vueltas para el lado en que se desenrosca”... El maduro y ricachón ejecutivo visitaba en su departamento a la curvilínea y voluptuosa chica. Después de disfrutar sus favores le pregunta: “-¿Cuánto te debo, Rosilí?”. “-Son 75 pesos”-responde ella humildemente-. “-’¿Cuánto?!” -se asombra el señor-. “-Setenta y cinco pesos” -repite la muchacha-. “-Oye, Rosilí -le dice bondadosamente el caballero-. Lo que cobras es verdaderamente absurdo. Esa cantidad tan ínfima no hace honor a tus encantos. De veras no me explico cómo es que cobrando esa cantidad ridícula puedes tener este departamento tan lujoso y bien amueblado”. “-Bueno -explica Rosilí con una dulce sonrisa-. Es que además me dedico a hacer chantajitos”... No corra tan aprisa, señorita Rosibel -le pide jadeante Don Algón- voy a acabar tan cansado que de nada va a servir que la alcance”... Los mexicanos, es muy triste decirlo, no producimos ni siquiera lo que nos comemos. De otras partes del mundo tenemos que traer buena parte de nuestra alimentación. Hasta el maíz, producto originario de nuestro suelo, lo hemos debido importar. ¿Podemos hablar de que tenemos independencia y soberanía cuando no somos autosuficientes en materia de alimentación? Dios guarde la hora, como decía la gente de antes, en que nos lleguemos a indisponer con los Estados Unidos, cosa que bien podría suceder como consecuencia de problemas tan delicados como el del narcotráfico o los indocumentados. En un abrir y cerrar de ojos los buenos vecinos nos dejarían casi sin comer. No hay nadie menos libre que aquél que depende de otro para su alimentación. Mientras no resolvamos de raíz el problema de la producción de alimentos los mexicanos viviremos en una continua dependencia. Nuestro campo todavía no produce como debiera producir, y desgraciadamente sigue rindiendo como producto principal una triste cosecha de indocumentados que abandonan su patria y van a buscar dólares y a encontrar las más de las veces trato indigno, explotación, y en muchos casos hasta la misma muerte. En tanto que no se afronte con honestidad y valor el problema de la producción del campo mexicano no podremos decir que somos libres... El siquiatra se impacientó al ver que su paciente no daba señal de mejoría. “-Mire, don Oratino -le dice-. Una y mil veces le he asegurado que no tiene usted ningún tornillo en el abdomen. Es su imaginación”. “-Caray, doctor -responde el tipo-. ¿Acaso está usted ciego? Mire el tornillo, aquí lo tengo, bien clavado. No me duele, es cierto, pero comienza ya a oxidarse, y ésa no es buena señal”. “-Hagamos una cosa -sugiere desesperado el analista-. Si tan convencido está usted de que tiene clavado ese tornillo sáqueselo con un desarmador”. “-¿No me pasará nada?” -pregunta con inquietud el tipo-. “-Nada, se lo aseguro” -le promete el médico-. Al día siguiente suena el teléfono en el consultorio del siquiatra. Era el sujeto aquel. “-Doctor -le dice-. Me compré un desarmador y con él me saqué el tornillo que tenía en la panza. Pero usted me dijo que no me pasaría nada”. “-¿Y qué le sucedió? -pregunta el médico-. Responde el individuo: “-Se me cayeron los d’éstos’... (No le entendí)... FIN.