Un rabino judío y un sacerdote católico, ambos ancianos ya, estaban platicando. Le pregunta el rabino al sacerdote: “¿Alguna vez cometiste un pecado contra tu religión?”. “Sí -se apena el cura-. Una vez le hice el amor a una mujer. Y tú ¿cometiste alguna falta contra tu religión?”. “Sí -confiesa el rabino, también muy apenado-. Un día comí carne de cerdo”. Se queda pensando el sacerdote y dice luego: “Creo que mi pecado fue mejor que el tuyo”... Himenia Camafría, madura señorita soltera, charlaba con su amiguita Solicia Sinpitier, otoñal célibe como ella. Le dice: “¿Supiste que murió el tercer esposo de Felicia? Ella lo cremó, y esparció sus cenizas por el viento”. “¡Caramba! -exclama con lamentoso acento la señorita Sinpitier-. ¡Unas no encontramos marido, y otras tienen hasta para aventar al aire!”... En “La genga”, restorán italiano de Wackynutty, Texas, el satisfecho cliente hace llamar al chef y le dice: “¡Lo felicito, amigo! ¡Su pasta quattro formaggi está excelente! Acabo de pasar tres meses en Italia, y en ningún sitio la encontré tan buena como aquí”. “Es natural -responde con aire de suficiencia el cocinero-. Allá usan quesos locales. Los nuestros son importados”... Doña Saudade era una anciana muy piadosa. Se la pasaba rezando todo el tiempo. Su oración favorita era la Salve. Una de sus nietas se iba a casar, y le preguntó: “Abuelita: ¿cómo es la vida sexual en el matrimonio?”. “¡Ay, hija! -contesta la vejuca-. Mientras dura, es vida y dulzura. Cuando se acaba, a ti suspiramos”... El caníbal se acerca a la caldera donde los antropófagos estaban cocinando a fuego lento a un misionero y un explorador, y echa en el caldo el contenido de una botella de vino blanco del Rhin, unas gotas de salsa Worcestershire, una pizca de páprika y una cucharadita de Calvados. Les dice: “Y ustedes pensaban que éramos unos salvajes ¿no?”... Doña Macalota tenía el vicio de las maquinitas. Todo el dinero que caía en sus manos lo gastaba en esos artilugios. En cierta ocasión acudió con una amiga y le pidió dinero prestado. Le dijo que no tenía ni para comer. Responde la amiga, vacilante: “No sé si prestarte ese dinero, Maca. Temo que te lo gastes en las maquinitas”. “¡No! -protesta doña Macalota-. ¡Para las maquinitas sí tengo!”... El amable señor hizo alto en el semáforo. El coche que estaba delante tenía en el vidrio trasero una hermosa calcomanía que decía: “Si amas a Jesús, suena tu claxon”. El señor, con una sonrisa, hizo sonar su claxon. Se baja de su vehículo el tipo que iba en el coche con la calcomanía y le grita al señor hecho una furia: “¿No ves que el semáforo todavía está en rojo, imbécil?”... En la villa olímpica el campeón de salto de garrocha y la lindísima gimnasta se vieron obligados, por falta de espacio, a compartir la misma cama. Antes de acostarse dijo ella: “Para evitar malas tentaciones pondré una almohada entre los dos”. En efecto, así pasaron la noche, sin novedad, con una almohada separándolos. Al día siguiente dice el campeón: “Este día trataré de saltar la valla de los 5 metros”. “¡Uh! -se burla con desdén la bella chica-. ¡No saltaste la almohada, y vas a saltar la valla de los 5 metros!”... El marido de aquella señora levantaba pesas. Un día ella lo vio levantar dos enormes, descomunales pesas. Le dice con asombro: “¿Cómo puedes levantar eso, y no aquello?”. (No le entendí)... El señor que ocupaba la litera de abajo en el vagón pullman del tren sintió que le caía de arriba un líquido cuya naturaleza no dejaba lugar a dudas. “¡Tengan cuidado! -le grita a la pareja de casados que ocupaban la litera alta. “Perdone usted, caballero -se disculpa el hombre-. Es que a mi esposa se le cayó el refresco”. “¿Ah sí? -responde con acritud el hombre-. Pues dígale que me aviente el casco”. (Tampoco le entendí)... FIN.