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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES.

CATÓN.

El señor Do’Blacio padecía frecuentes episodios de disfunción eréctil. (Me pregunto qué será eso). Su médico probó con él, en vano, todos los fármacos de moda, y luego prescribió los remedios populares que en ese caso se usan: licor de damiana, hierba garañona, ioimbina, ginseng, spanish fly, criadillas de toro, hueva de lisa, ostiones, jabón de ponteduro y todos los demás estimulantes a que deben recurrir los acuitados varones que no pueden beber las taumaturgas linfas del Ojo de Agua de Saltillo, miríficas aguas que capacitan a cualquier hombre para ponerse de inmediato -y a la menor provocación- en posición de tirador en pie. Empeño inútil: el señor Do’Blacio siguió con ánimo abatido y decaída voluntad. “Habrá que poner en práctica con usted -dictaminó el facultativo- un último recurso. Le inyectaré una poderosa dosis de glándulas femeninas para aumentarle la excitación venérea, y otra dosis igual de glándulas masculinas a fin de darle más potencia”. Procedió, pues, el galeno, a emplear el mencionado tratamiento: le inyectó al mismo tiempo a su paciente glándulas femeninas y masculinas. A las pocas semanas le preguntó si la terapia había dado resultado. “Sí funcionó, doctor -dijo el señor Do’Blacio-. Pero ahora cada vez que tengo una erección me duele la cabeza, o estoy muy cansado, o creo que nos van a oír los niños”... El severo genitor dice a sus hijos: “Uno de ustedes empujó la letrina al río esta mañana. ¿Quién fue?”. De inmediato Pepito se levanta. “Fui yo padre”. “Muy bien -replica el señor al tiempo que se quitaba el cinturón-. Vamos al granero”. Eso significaba una azotaina. “Papá -dice entonces Pepito-. Cuando George Washington era niño le confesó a su padre haber sido él quien taló con su hachita el árbol de cerezo, y su padre le perdonó el castigo”. “Es cierto -reconoce el señor-. Pero el papá de George Washington no estaba sentado en el árbol de cerezo”... Así como el gran tema de la elección presidencial en Estados Unidos es ahora el de la economía, en igual forma el tema principal de la próxima elección de presidente en México será el de la seguridad. Eso favorecerá a quien presente imagen de dureza, y de experiencia y habilidad en el trato de las cuestiones relacionadas con la delincuencia. No quiero hacer ahora un retrato hablado del aspirante que más se aproxima a esa configuración, pues soy tan malo para hacer retratos hablados que casi siempre me resultan mudos, pero lo cierto es que los electores se inclinarán por quien ofrezca la mejor posibilidad de librar al país de la que es hoy por hoy su mayor lacra: la inseguridad... Doña Frigidia y su esposo don Frustracio fueron a ver al médico. Él se quejaba de nerviosismo, de un estado continuo de tensión. El galeno empezó a interrogarlo, y finalmente le preguntó con qué frecuencia hacía el amor. “Una vez al mes” -responde don Frustracio. “He ahí la razón de su ansiedad -dictamina el facultativo-. Para aliviar su estado sensitivo deberá usted hacer el amor una vez por semana”. Doña Frigidia suspira entonces, y dice: “Ni modo. Habrá que aumentarle el sueldo a la muchacha”... Don Veterino, señor octogenario, se puso el abrigo para salir de su casa aquella fría mañana. “¿A dónde vas?” -le preguntó con extrañeza su mujer. “A ver al médico” -responde el maduro señor. “¿Te sientes mal? -inquiere la señora-. ¿Te duele algo?”. “No -contesta él-. Voy a que me recete Viagra”. De inmediato la señora se levanta y se pone igualmente el abrigo. “¿A dónde vas tú?” -le pregunta don Veterino. “También a ver al médico -replica la esposa-. Si has decidido usar otra vez esa cosa oxidada, yo voy a ponerme una vacuna para el tétanos”... FIN.

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