Inepcio, ardiente cuanto inexperto jovenzuelo, trataba en vano de obtener los favores de Pirulina, muchacha diestra en los variados lances del amor. Le dijo, ya desesperado: “Si no accedes a lo que te pido, Pirulina, dame al menos la luz de una esperanza”. “Lo siento -responde ella-. Por esta vez tendrás que buscarte una lámpara de mano”. (No le entendí)... Doña Panoplia, señora de la alta sociedad, se encontró con una ex sirvienta suya a la que hacía mucho tiempo no veía, y se sorprendió al verla elegantemente vestida. “¡Mary Thorn! -profiere con asombro-. ¿Qué hiciste para poder comprar un vestido así, tan caro?”. Responde la mucama: “Quitarme los baratos, señora”... Se suele culpar a la pobreza de la inseguridad reinante en el País. Muchos otros países pobres hay, a más de México, y en la mayoría de ellos no se observan los crímenes y violencias que en estos tiempos nos angustian. Habrá que buscar, pues, otras causas para explicar la ola de delincuencia que tiene agobiada a nuestra población. Seguramente entre esos motivos está la pérdida de los valores que dignifican la existencia humana. No hay ya respeto a la vida: cuando se atenta contra la vida de seres por nacer no debe extrañar que se atente contra la vida de seres ya nacidos. Han dejado de impartirse en las escuelas públicas asignaturas que tendían a enseñar a los educandos las reglas para una convivencia social sana y pacífica. Los conceptos de hogar y de familia están en crisis: las madres, principales transmisoras de preceptos y conductas que llevaban a una vida recta, han debido salir de sus casas para fortalecer la economía familiar, y eso ha demeritado la formación integral de las nuevas generaciones, pues hay cosas que los niños y los jóvenes aprenden en el hogar más que en la escuela. Las prácticas religiosas también se han debilitado entre la juventud. Todas esas explicaciones pueden ser ingenuas y simplistas; seguramente habrá muchas otras causas que expliquen con mayor solidez lo que sucede ahora. Más simplismo habrá, sin embargo, en tratar de explicar los males que ahora padecemos atribuyéndolos sencillamente a la pobreza... Llegó Babalucas a una papelería y le preguntó al encargado: “¿Tiene papel para muerto?”. “No conozco esa clase de papel” -respondió el dependiente. Buscó Babalucas en otra papelería: “¿Hay papel para muerto?”. “De ése no tenemos” -contesta la empleada. Se encamina Babalucas a una tercera papelería: “¿Venden papel para muerto?”. “Tenemos toda clase de papeles -responde el propietario-: marquilla, verjurado, de estraza, pergamino, satinado, de China, bristol, couché, biblia, pautado, revolución, manila, carbón, de seda, paspartú, fosforescente, cebolla, de imprenta, bond y celofán; pero ése que usted dice no lo conocemos”. Regresa Babalucas a su casa y le dice a su mujer: “En ningún lado hallé papel para muerto”. “¡Parafinado, tonto! -exclama la mujer-. ¡Parafinado!”... El señor cura del lugar celebró su cumpleaños, y le estaba contando a un granjero cómo toda la gente le había llevado obsequios a la misa. “Me regalaron frijol, maíz y trigo -dice-, y alguien llevó un marranito. Pero lo que más me emocionó fue cuando Nalguirita, la hija de usted, puso un huevo en el altar”. “¡Caramba! -se enoja el granjero-. ¡Mil veces le he dicho que no se le ande acercando al gallo del corral!”... Las dos guapas muchachas platicaban acerca de sus futuras vacaciones. Una dijo que iría a la playa; la otra se proponía ir a esquiar. Comenta la primera: “A mí me gusta más Cancún que Aspen”. “¿Por qué?” -pregunta la otra. Explica aquélla: “Porque en Aspen casi siempre estás bajo cero. En cambio en Cancún siempre acabas bajo uno”... FIN.