Torreón Calidad del aire Peregrinaciones Tránsito y Vialidad

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Don Gerontino estaba en un asilo para ancianos. Cuando cumplió 90 años una de las viejecitas que estaba también ahí entró a su cuarto, le quitó la ropa, tomó en su mano cierta partecita de don Gerontino y se la sostuvo durante una hora. Le dijo que ése era su regalo de cumpleaños. Cuando el invernizo caballero cumplió 91 años volvió otra vez la misma viejecita, e hizo igual que la primera vez. Y lo mismo volvió hacer en el aniversario 92 de don Gerontino, y en el 93 y el 94. Cuando el señor cumplió 95 años fue otra vez la viejecita a su habitación, a hacerle a su amigo el consabido regalo, y se sorprendió al verlo con otra viejecita, que también le había quitado la ropa y le sostenía la dicha partecita. “¿Por qué me cambias por esta mujer? -le preguntó con enojo-. ¿Qué tiene ella que no tenga yo?”. Responde don Gerontino: “A ella le tiembla la mano”... El farmacéutico fue al banco, y dejó la farmacia a cargo de uno de sus hijos. Le recomendó que atendiera solamente los pedidos acompañados de receta; los otros ya los vería él a su regreso. Mas sucedió que un hombre llegó poseído por gana irrefrenable de rendir un tributo mayor a la Naturaleza, y le pidió al jovenzuelo algo que lo ayudara a contener tal ansia. El muchacho se resistía a darle algún medicamento, pero el señor insistió con insistente afán: si no le daba algún remedio, dijo, ahí mismo sucedería algún desaguisado. Temeroso, el muchacho le dio unas pastillas. El apurado sujeto las consumió en el acto, tras de lo cual se retiró. Poco después llegó el farmacéutico, y su hijo le contó lo sucedido. “¡Por Jenner, Lister, Pasteur, Pauling y Wassermann! -juró el de la farmacia-. ¿Qué le diste a ese pobre señor?”. “Pastillas de Valium” -respondió el mozo. “¡Desdichado! -clamó el apotecario-. ¡Eso no es para contener los pujos del estómago! ¡Son pastillas tranquilizantes! ¡Iré a buscar al infeliz!”. Salió, y preguntó a los vecinos si habían visto al hombre, y qué rumbo tomó. Le dice uno: “Yo vi a un señor que iba en dirección del parque”. Allá fue el de la botica y, en efecto, vio al pobre hombre sentado en una banca del jardín. Se dirige hacia él y le pregunta lleno de inquietud: “¿Cómo está usted, señor?”. “Bien -responde el otro con sosiego-. Muy hecho, pero muy tranquilo”... Don Poseidón, labriego acomodado, viajaba por primera vez en tren. Le tocó pasar la noche en la litera alta del pullman. A medias de la noche sintió ganas de hacer una necesidad menor. Semidormido, pensando que estaba en su casa y en su cama, bajó la mano para buscar la bacinica, también llamada “nica”, “borcelana”, “taza de noche”, “perica”, “necesaria” o “tibor”, pero en vez de encontrar dicho artefacto tomó por cierta parte al caballero que dormía abajo. El hombre despertó lleno de sobresalto. “¡Viejo cochino! -protesta airadamente-. ¡Suelte ahí!”. “Perdone, señor -se disculpa lleno de azoro don Poseidón-. Es que quiero hacer del uno”. “¡Pos haga con la suya!” -replica justamente indignado el individuo... Eglogio, muchacho campesino, se llevó a los nopales a Bucolia, zagala en flor de edad, y sin más ni más la echó por tierra y procedió con premura a hacerla suya. El ardiente y vigoroso mocetón notó con extrañeza que cada vez que él hacía los movimientos correspondientes al acto del amor la ingenua joven inclinaba la cabeza como diciendo “sí”. Le preguntó la causa de aquellos continuos movimientos de afirmación. Y dijo la rancherita: “Es que no me dites tiempo de quitarme el rebozo”... (No le entendí)... FIN.

Leer más de Torreón

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Torreón

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 383521

elsiglo.mx