Carrenio, joven culto y educado, invitó a salir a Nalguiria, muchacha de opulentas formas pero de cultura exigua. Al final de la cita le dice él en su automóvil: “Estaré lejos los próximos seis meses, Nalguiria, pues voy a estudiar a otra ciudad. ¿Aceptarías tener conmigo una relación epistolar?”. “A ver -responde ella-. Enséñame la pistola”... El marido llevó a su esposa a montar a caballo. “Oye -dice temblando la señora-. Tú sabes que nunca me he subido a un caballo. Y me informaron que éste, de nombre ‘El Flamazo’, es un animal salvaje, de carácter violento, y que jamás ha sido montado por nadie”. “Tú súbete -responde el tipo-. Aprenderán juntos”... A veces la raíz original de una palabra ayuda a comprender cabalmente la acción o cosa que el término denota. La voz “parlamento”, por ejemplo, viene de “parla”, antiguo vocablo provenzal que significa “habla”. Parlar equivale, pues, a hablar. En un parlamento, efectivamente, los parlamentarios hablan, discuten, debaten; es decir dialogan. Todo aquello que estorbe o impida ese diálogo atenta entonces contra la esencia misma del parlamentarismo. Por eso las tomas de tribuna que han hecho los perredistas y compinches de sus partiditos adláteres, y con las cuales siguen amenazando a la República, no son una forma de resistencia civil, sino una burda, violenta e ilegal práctica antidemocrática. Muchos años de dictadura partidista hubimos de padecer los mexicanos antes de llegar a la incipiente democracia que ahora priva en el País. Las tomas de tribuna en las Cámaras contradicen ese espíritu democrático de diálogo y discusión, constituyen otra forma de imposición dictatorial e impiden que los asuntos nacionales sean debatidos y resueltos tomando en cuenta los principios de la razón y el bien común. Y más no digo, porque ya estoy muy encaboronado... Eran los días de la fiebre del oro en el Yukón. Un gambusino tomó su mochila y su Biblia y se dispuso a salir del campamento. “¿A dónde vas? -le pregunta su compañero. “A Fort Gold -responde el otro-. Me contaron que es un pueblo salvaje: hay prostitutas, jugadores de cartas, alcohol, pleitos, vicios de todo orden y desorden. Creo que me voy a divertir”. Pregunta el amigo con extrañeza: “Y ¿por qué te llevas tu Biblia?”. Explica el otro: “Es que si el pueblo es tan salvaje como dicen me voy a quedar hasta el domingo, y los domingos jamás dejo de ir a la iglesia”... Afrodisio, galán concupiscente, logró por fin que Dulcilí, muchacha ingenua, le hiciera entrega de su más íntimo tesoro. A consecuencia de esa imprudente donación la muchacha quedó un poquito embarazada. Cierto día Afrodisio cruzaba en su automóvil el puente sobre el río cuando vio que una mujer se disponía a arrojarse desde lo alto. Detuvo el coche, se apeó, y corriendo fue hacia la mujer y la detuvo. Cuál no sería su sorpresa -hermosa frase- al advertir que la presunta suicida era Dulcilí. “¡Por Dios! -exclama-. ¿Qué haces?”. Responde, gemebunda, la muchacha: “Me arrebataste la gala de mi honor, y voy a quitarme la existencia”. “¡Caramba, Dulcilí! -se conmueve Afrodisio-. No sólo eres una buena amante: también eres una buena amiga”... Un escocés y un norteamericano hablaban de golf. Dice el estadounidense: “En muchas partes de mi país no podemos jugar en el invierno. El clima es demasiado frío”. “¡Vaya! -exclama el otro-. En Escocia los inviernos son más fríos aún, y sin embargo jugamos golf incluso si el campo está cubierto por la nieve”. “¿Y qué hacen? -se interesa el norteamericano-. ¿Pintan sus pelotitas de negro?”. “No -replica el escocés-. Simplemente nos abrigamos más”... FIN.