Hoy miraré, con el asombro de un padre que ve nacer a su hijo, la salida a la luz de mi más reciente libro: “Hidalgo e Iturbide: la gloria y el olvido”. Pertenece a “La otra historia de México”, versión distinta del pasado de nuestro país, cuyo relato empecé con “Juárez y Maximiliano: la roca y el ensueño”, del cual este otro libro es obligado antecedente. En él hago la narración de las guerras -no fue una sola guerra- que nos llevaron a la independencia. Al escribir esa historia me conmoví al hallar a un hombre lleno de luces, Hidalgo, cuyo camino lo llevó a las sombras; y a otro hombre lleno de oscuridades, Iturbide, cuyo destino fue encontrar la luz. Tragedia grande fue la de ambos. La vida de los dos acabó en el patíbulo; uno y otro supieron por igual de triunfos y derrumbamientos. La historia, sin embargo, que en México no ha sido maestra de la vida sino grande inventora de mentiras, guardó para ellos suerte desigual. Hizo de Hidalgo el Padre de la Patria, y a Iturbide, verdadero autor de nuestra emancipación de España, lo convirtió en uno más de los villanos de esa torcida crónica que durante tantos años fue la verdad oficial, aquélla que en la escuela se nos enseñó, y cuya revisión hemos de hacer si queremos conocer sin deformaciones el pasado de nuestra Patria, y amarla en la verdad. En este nuevo libro, tan esperado por mis cuatro lectores, presento a Hidalgo e Iturbide con el estilo de un periodista que se sorprende al descubrir datos insólitos, revelaciones bien documentadas que entrego no con la frialdad de un profesional de la historia, sino con la pasión de un mexicano común que añade a la reseña historiográfica la amenidad de las anécdotas; las picantes intimidades de nuestros héroes y -más sabrosas- de nuestras heroínas; el hallazgo de testimonios sorprendentes -¿sabían mis cuatro lectores, por ejemplo, que Allende trató de asesinar a Hidalgo?- que han sido ocultados por la tendenciosa versión de nuestra estatizada historia, tan estática. No hay estatuas de bronce o mármol en mi libro: hay sí, mujeres y hombres de carne y hueso -y sangre- capaces por igual de nobleza y mezquindad. De esa pasta estamos hechos los humanos, y con esa humanidad muestro a Hidalgo y a Iturbide, y a todos los que participaron en las luchas que nos dieron la nacionalidad: curas y bandidos; hacendados y siervos de la gleba; mineros y soldados; damas de la alta sociedad y prostitutas; artistas, negociantes, caballeros de industria y de los otros, poetas, toreros, políticos, reyes cornudos, arrieros; gente de toda traza, variopinta y abigarrada como la de una feria. Doy gracias a mi querida casa, Diana, del Grupo Editorial Planeta, por sacar ese nuevo libro mío, y gracias te doy a ti, mi amigo, amiga mía, que al leer mis libros me impartes el santo sacramento de la bondad humana. Este otro libro mío: “Hidalgo e Iturbide: la gloria y el olvido”, es una nueva declaración de amor a México, que no necesita de la mentira para ser amado, y a su gente, que sólo en la verdad podrá ser plenamente libre... Esta última frase salió tan sonorosa que habrá que atemperarla con la sordina de un par de cuentecillos triviales... El consejero matrimonial le dice a don Celerino: “Su esposa asegura que sufre usted de eyaculación prematura. ¿Es verdad eso?”. “No totalmente -replica el señor-. La que sufre es ella”... Meñico vio por primera vez a su hijo recién nacido. “¡Mira! -le dice a su mujer-. ¡Está muy bien dotado! ¡Tiene la pipicita grande!”. “Es cierto -replica la señora-. Pero en todo lo demás sí se parece a ti”... FIN.