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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Una joven señora comentó en la merienda semanal: “Mi marido se preocupa mucho de su cuerpo. Ya está cerca de ser metrosexual”. Le pide otra, suplicante: “¡Dime cómo le hace! ¡El mío no llega ni a los 10 centímetros!”. (Y el tamaño sí importa, dice mi admirada amiga Fernanda Familiar)... Agapito Meñíquez se consiguió una computadora, pero no sabía programarla. Su esposa había tomado un curso de computación, y le dijo que lo primero que debía hacer era escoger su password, o clave de identificación personal. Agapito escribió en el teclado el diminutivo de su nombre: “Pito”. Apareció en la pantalla: “Password rechazado. Es demasiado corto”. (¿Ya ven que el tamaño sí importa?)... Tessagy Agetro, el politólogo húngaro de moda hoy en Europa, propone una tesis en su libro más reciente, “Democracia popular” (Editorial Tollelege, Barcelona, marzo 2008). Dice que un gobierno democrático es “aquél en que los pocos mucho gobiernan en beneficio de los muchos poco”. Afirma el escritor que todo gobierno, aun el más popular, es por esencia aristocrático, pues se basa en la existencia de un pequeño grupo de hombres y mujeres con vocación política y capaces de ejercer autoridad. Esos pocos, añade, suelen tener mucho, ya sea en poder, en dinero o en educación. (En este último rubro la excepción es México). Su posición de privilegio hace nacer para esos “pocos mucho” una responsabilidad: la de gobernar en bien de los “muchos poco”, es decir del pueblo, de los sin nombre, de los sin voz, de los sin rostro; ésos que tienen poco de todo: poco poder, poco dinero, poca educación. La buena política es, entonces, la más alta forma de altruismo. Se opone a la mala política -o politiquería- que es egoísmo pedestre, bajuna forma de medro personal. El político que no piensa en los demás es, por lo tanto, un mal político. La democracia, moderna forma de la aristocracia, debe ser entonces popular, es decir tendiente al bien del pueblo, no populista, que es sometimiento del pueblo por medio de la adulación. El conocido politólogo ilustra su tesis con una frase inspirada en Adlai Stevenson: “Hay que convertir el champagne en Coca-Cola”. Es decir, hay que hacer que los mejores bienes de la comunidad lleguen a todos sus integrantes... ¿Por qué, insensato columnista, llenas el espacio que este periódico te otorga generosamente con esas largas peroraciones culteranas de las cuales, estoy seguro, nada entiendes? Ea, regresa a tu habitual quehacer de juglaría, y narra otras inanes historietas. Error herternus tibi sit doctor hodiernus. Que el error de ayer te haga ser el sabio de hoy... Se encontraron dos ejecutivos que hacía tiempo no se veían. Uno se sorprendió al ver que el otro, hombre de ideas conservadoras, lucía en la oreja izquierda un arete. “No te conocía esas modernidades -le dice-. ¿Desde cuándo usas arete?”. Responde el otro, mohíno: “Desde que mi mujer lo encontró en nuestra cama al regresar de un viaje”... David Copperfield, famoso mago, terminó su actuación y pidió a los asistentes que si alguien sabía un truco subiera al escenario y lo hiciera. Subió un caballero de edad madura, y dijo al mago: “Para hacer mi truco, David, necesito la ayuda de tu asistente”. Acudió la lindísima muchacha. Ante el asombro del mago, y de la concurrencia, el otoñal señor levantó la breve falda de la chica, le bajó la diminuta prenda íntima que portaba y procedió a hacerle el amor ahí mismo. “¡Oiga! -protesta Copperfield-. ¡Eso no es magia! ¡Es un abuso!”. “Lo será para ti -responde el extasiado caballero sin dejar de hacer su truco-. ¡Para mí es magia pura!”... FIN.

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