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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

¡Pobrecita Iglesia mía, la católica! Más que sus enemigos le hacemos daño sus propios hijos, especialmente aquellos que deben velar por ella y dar el buen ejemplo. A unos los aparta del camino recto la concupiscencia de la carne; a otros la del dinero, el poder o la engañosa fama. Así, dejan de servir a la Iglesia para servirse de ella, y la vuelven su instrumento. Puedo decir, sin embargo, que por cada uno que se aparta de su misión pastoral, o la desvirtúa con preocupaciones ajenas a su ministerio, hay cien que son fieles a su vocación original, y la cumplen calladamente, con ejemplar entrega y con amor. Por ellos la Madre seguirá viviendo hasta el final de los tiempos. Posiblemente yo no veré el final de los tiempos -últimamente he estado algo malillo-, pero tómenme en cuenta de cualquier manera... El relato que ahora sigue fue calificado por la Liga de la Decencia de “vitando”, es decir execrable, que se debe evitar. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y sufrió un accidente de trofodermatoneurosis. o enfermedad de Selter-Feer, con tumefacción cianótica de pies y manos, trastornos tróficos y digestivos, astenia muscular, artritis múltiple, hiperglobulia y taquicardia. Las personas que no deseen experimentar esos penosos síntomas deben abstenerse de leer el dicho cuento... Dos amigos fueron a un restorán, y sintieron al mismo tiempo ganas de despachar una necesidad menor. Haciendo estaban eso, y uno de ellos notó con admiración -y, digamos la verdad, también con envidia- la excelente dotación varonil de su colega. Lo felicitó por eso, y el otro respondió: “Te diré la verdad, amigo mío. Yo tenía una cosilla insignificante, feúcha y desgarbada, y que además frecuentemente me hacía pasar vergüenzas con las damas. Oí hablar de un cirujano en Houston, Texas, que hace trasplantes de ese órgano tan necesario y útil. Acudí a él; me hizo la operación; y aquí me tienes, feliz de la existencia, bien dotado y bateando mil de porcentaje. ¡Hasta parezco de Saltillo! El doctor me cobró 15 mil dólares por el trasplante, pero aun a la cotización actual del dólar ese dinero fue el mejor gastado de mi vida”. El amigo le pidió el nombre del facultativo, y el del hospital, nosocomio, sanatorio o clínica de Houston donde prestaba sus beneméritos servicios. Unos meses después los dos amigos se hallaron nuevamente. Le dice el uno al otro, jubiloso: “¡Ya me hice la operación, y me dio un resultado extraordinario!”. “Te felicito -lo congratula el otro-. ¿Fuiste con el mismo médico que yo?”. “Con el mismo -responde el primero-. Y una cosa debo decirte, compañero: a ti el doctor te robó”. “¿Por qué lo dices?” -se inquieta el amigo. “Te cobró 15 mil dólares -explica el otro-. Yo le dije que mi condición económica era más débil aún que la otra; que se pusiera la mano en el corazón. Consideró mi caso, y acabó cobrándome mil 500 dólares”. “¡No es posible! -se demuda el amigo-. ¿Y dices que la operación te dio buen resultado?” “¡Magnífico! -asegura el otro-. ¡Lo que tengo ahora es mucho mejor que lo que antes tenía!”. Vacila el primero, y pide luego: “¿Me dejarías verlo?”. “¡Claro que sí!” -acepta el otro. Se dirigen los dos al baño, y el recién intervenido muestra, orgulloso, su flamante adquisición. De inmediato el gesto preocupado del amigo desaparece de su cara. Sonriendo dice a su compañero: “¡Con razón el médico te cobró tan poco! ¡Te puso la parte que me quitó a mí!”... FIN.

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